Nombre del libro: Besos Cósmicos
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección:Se Capitulo 1 , Parte 2



¿Ir mitad y mitad? ¿Llamar a una amiga?
–Última oportunidad –dijo Nesta–. Danos tu respuesta definitiva.
Tenía que pensarlo. ¿El chico perfecto?
–De acuerdo. Buen sentido del humor. Tiene que hacerme reír. Eh…
inteligente. No quiero un idiota sin sesos. Alguien con quien pueda
conversar y tener muchas cosas en común.
–¿Y buen mozo, seguramente? –preguntó Nesta.
–Sí. Un poco. Pero no quiero alguien súper lindo, porque me parece
que ésos son demasiado arrogantes…
–Como Tony –concordó Nesta, mirando intencionadamente a Lucy,
que no le hizo caso.
–Eh… disculpa –la interrumpí–. No terminé. Respuesta final para
el chico del millón. Buen sentido del humor. Inteligente. Generoso.
Aspecto decente. Buen trasero. Debe gustarle de verdad estar en compañía
de chicas. Uñas limpias, y por último…
–Rico –sugirió Nesta.
–Lindo –propuso Lucy.
–No –respondí–. Por último, pero no menos importante… debe
poder pararse de cabeza y cantar el himno nacional.
Lucy lanzó una carcajada.
–Estás loca, Izzie –dijo.
–Buena suerte –le deseó Nesta–. Es decir, en general me parece bien,
pero ¿uñas limpias? Creo que estás pidiendo demasiado, amiga.
–Izzie –llamó mamá frenéticamente desde abajo–. Llegó el auto.
Respiré hondo.
–¡Allá voy! Pregunta finalísima: ¿me veo bien? Con todo este verde,
¿necesito más negro en los ojos?
–Estás genial –respondió Lucy–. Luego cuéntanos cómo te fue.
–¿De acuerdo, Nesta? –pregunté.
Nesta rió.
–Bueno, digamos que cuando Amelia te vea, espero que el amor sea
realmente ciego.
–Si el amor es ciego –repliqué–, entonces el matrimonio le abrirá los
ojos.
–No me digas –dijo Nesta, al tiempo que se levantaba de la cama y
se dirigía a la puerta–. Vamos, Lu, antes de que la señora Foster la vea
y explote.
Lucy sonrió.
–Sí. Fue un gusto conocerte, Izzie.
Dicho lo cual, las dos salieron corriendo.
Mi plan de escandalizar a nuestra directora el lunes con mi pelo verde
tuvo corta vida. Apenas regresamos de la boda, mamá me llevó arriba
al cuarto de baño.
–Bien –dijo, con los dientes apretados–. Empieza a lavarte y no te
detengas hasta que tu pelo vuelva a la normalidad.
Me entregó el champú y esperé que se fuera, pero se quedó allí
mirándome, furiosa.
–No te bastó con avergonzarme delante de toda nuestra familia y nuestros
amigos –prosiguió–, sino que además le arruinaste el día especial a
Amelia. Y ¿cómo vamos a explicar por qué una de las damas de honor
casi no salió en las fotos de la boda?
–A mí no me habría molestado estar en las fotos –repuse.
–Pues a Amelia, sí. Estaba furiosa. Francamente, Isobel, opacaste a
la novia en el día de su boda.
–Yo no quise…
–Nunca piensas, ¿verdad? Habrías llamado la atención en todas las
fotos.
–Lo siento –dije, por millonésima vez.
–Y tampoco dejaré que vayas así a la escuela. Dios sabe qué pensarían
los profesores de nosotros y de qué clase de hogar vienes.
Iba a explicarle que muchísimas chicas tienen el pelo teñido y con
mechones más claros, pero sé reconocer la derrota, de modo que me
incliné bajo los grifos y empecé a lavarme.
Mamá seguía cerca mientras la bañera se llenaba de arroyos de tintura
verde. La oía suspirar por encima del ruido del agua. Decidí que
la mejor política era el silencio, de modo que seguí lavándome y luego
estiré el brazo para tomar una toalla.
–¡ESA NO! ¡Por todos los cielos, Isobel! –gritó mamá. Siempre me
llama por mi nombre completo cuando se enoja conmigo–. Con una
toalla blanca, no: se va a manchar. Te traeré una oscura.
A mamá le gustan mucho las toallas blancas. Una vez, después de que
me había lavado la cara, ella vino a mi dormitorio con la toalla que había
usado.
–¿Fuiste tú quien hizo esto? –me preguntó, señalando las manchas
de rímel–. Las toallas son para secarse, no para quitarse el maquillaje.
Ojalá comprara toallas normales de colores para poder usarlas sin
preocuparme, pero ella es así para todo. Nuestra casa está inmaculada.
Mamá está inmaculada. Siempre se pone unos trajes negros impecables
para ir a trabajar y, para estar en casa, unos pantalones también
impecables y suéteres de cachemira. Se recoge el cabello en un rodete…
impecable. Nunca tiene un pelo fuera de lugar. Nunca un raspón en los
zapatos. Nunca una mancha en la ropa. Su signo del zodíaco es Virgo.
Son súper perfeccionistas. Mamá limpia antes de que venga la mujer de
la limpieza, porque no quiere que piense que somos una familia sucia.
¿Para qué tener alguien que venga a limpiar si no se puede ensuciar?
Deseé que se fuera y me dejara terminar con mi cabello en paz, pero
no: se sentó en el borde de la bañera y me miró con severidad.
–Ahora, ¿me darás una explicación?
–Eh… me pareció que quedaba bien.
Suspiro. Suspiro más grande.
–No quise molestar a nadie… –empecé.
Era verdad. Pero sí había provocado toda una reacción. Estábamos
caminando hacia el altar y todos miraban a la novia entre suspiros de
admiración cuando, de pronto, me vieron y se hizo silencio. Luego la
gente apartó la mirada. Pero Amelia, no. Apenas me vio, supe que habría
problemas. Muchos problemas. Juro que vi salir humo debajo de su velo.
Mantuve los ojos en el altar y recé para que se calmara un poco en la
fiesta, después de algunos tragos. Pero no fue así. Se puso absolutamente
furiosa.
Mamá seguía mirándome, enojada, desde el borde de la bañera. Yo
no sabía qué más decir.
–Lo siento –agregué–. Te pido perdón.
–¿Perdón? Tú no sabes lo que significa esa palabra. Vete a tu habitación.
No soporto mirarte.
Me dirigí a mi dormitorio. Decididamente, estaba en problemas. Era
persona no grata. Otra vez.

Nombre del libro: Besos Cósmicos
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1



Cathy Hopkins
Besos cósmicos

1

La dama de horror
Lucy quedó boquiabierta al verme salir del cuarto de baño.
–¡Izzie, Dios mío! ¿Qué te has hecho? –exclamó.
–Es diferente –dijo Nesta.
Las dos me miraban como si saliera de una película de terror.
–¿Les gusta? –pregunté, dando una vueltita.
Era el día de la boda de mi aburrida hermanastra Amelia con el igualmente
aburrido Jeremy, y yo tenía que ser su dama de honor, junto
con mi otra hermanastra, Claudia. Como era de esperarse, Amelia
había elegido para mí un vestido horrible. De satén verde esmeralda.
Línea emperatriz. Espantoso.
Pero se me había ocurrido una idea.
–Tenía que hacer algo –expliqué–. Parecía la protagonista de una novela
de Jane Austen.
–Sí –dijo Nesta, anonadada–, pero ¿teñirte el pelo de verde?
–Está muy al tono –repuse, sonriendo–. ¿No te gusta?
–A mí me parece que le queda fabuloso –intervino Lucy–. Pero ¿y el
colegio? La señora Allen te matará.
–Bueno, el color se va con los lavados en una semana. Es sólo mousse.
Pero no se lo diré a mamá.
Me miré en el espejo de mi habitación.
–A mí me gusta, y creo que me lo dejaré al menos hasta el lunes.
–¿Tu mamá no te obligará a lavártelo? –preguntó Nesta.
–Estuvo ocupada toda la mañana y el auto llegará en cualquier momento,
de modo que, cuando me vea, será demasiado tarde.
Lucy rió.
–Pareces una irlandesa. Todo ese color esmeralda hace que tus ojos
se vean más verdes que de costumbre.
–En ese caso, mi abuela habría estado orgullosa, por eso de las raíces
irlandesas. ¿Entienden? ¿Raíces verde esmeralda?
Me miraron como si me hubiese vuelto loca.
–Las raíces del pelo, tontas.
–Más bien, se revolcará en su tumba –repuso Nesta–. No creo que se
le hubiera ocurrido nada parecido.
–Tal vez su fantasma se aparezca en la boda –sugerí–, y cuando llegue la
parte en la que el sacerdote pregunta: “¿Alguien tiene alguna objeción?”,
su figura se elevará hasta el techo gimiendo: “Sí, yo tengo una. Mi nieta se
tiñó su hermoso y largo cabello castaño de verde”.
Lucy y Nesta rieron.
–Pero, hablando en serio –proseguí–, ojalá ustedes también vinieran.
No es justo. A todos los demás les permitieron invitar amigos, al
menos a la fiesta. Pero supongo que, como son adultos, hay unas reglas
para ellos y otras para nosotros.
–Bueno, tal vez haya algunos chicos decentes –dijo Nesta–. Puedes
poner en práctica mis consejos de conquista.
–Ni lo sueñes. Me moriré de aburrimiento. Ni siquiera habrá baile.
Jeremy es contador y, como Amelia, viene de una familia de contadores.
Hasta mandaron hacer el pastel de bodas en forma de calculadora.
–¿Cómo es el vestido de ella? –preguntó Lucy, a quien siempre le
interesaba el estilo de todo. Piensa estudiar arte cuando termine la
escuela, y dedicarse a diseñar ropa.
–Grande, ampuloso. La hace enorme aunque es muy delgada. De
hecho, no sé cómo hará para subir al auto.
–Si yo me casara –dijo Nesta, reclinándose sobre los almohadones
como Cleopatra–, me vería fantástica. Claro que, para entonces, seré
famosa y habrá muchos reporteros, pues todas las revistas querrán
comprar las fotos de mi boda.
–¿Qué vestido te pondrías? –le preguntó Lucy.
–Algo más al cuerpo. Que marque la figura. Tal vez de seda color
marfil, sin espalda. Y usaría el pelo suelto, como ahora, hasta la cintura.
No recogido en uno de esos peinados horribles que eligen muchas
mujeres para casarse, que parece que tuvieran colmenas en la cabeza.
Además, llevaría un ramo sencillo, un par de lirios o algo así. Elegante.
Haría la ceremonia en el parque de mi mansión y vendrían estrellas de
rock y personajes famosos.
–Estarías deslumbrante con cualquier cosa que te pusieras –repuse,
observándola extendida sobre mi cama. Nesta es, sin duda, la chica más
linda de nuestra clase, si no de toda la escuela. Es mitad jamaiquina
y mitad italiana. Podría ser modelo, si quisiera, pero últimamente ha
decidido ser actriz.
Lucy también es bonita, pero de un modo distinto. Es menuda, tiene
cabello rubio rizado y parecía un duende, sentada con las piernas cruzadas
en su lugar preferido, sobre un puf que está en el suelo.
–Y tú, ¿qué te pondrías, Lucy? –le pregunté.
Lucy miró por la ventana con aire soñador.
–Creo que me gustaría casarme en invierno, en la nieve. Vestida
de terciopelo, con una capa. Y pimpollos de rosas blancas en el pelo.
Llegaría en un carruaje tirado por caballos y la iglesia estaría cubierta
de flores y de hiedra…
–Qué romántica eres, Lu –observé, riendo–. Mientras no sometas a
tus damas de honor a nada como esta monstruosidad que tengo que
ponerme yo...
–Nosotras podríamos ser las damas de honor, ¿no? –preguntó Nesta–.
Como somos tus mejores amigas...
–Claro, pero también me gustaría tener a Ben y a Jerry, pues son mis
otros mejores amigos –respondió Lucy.
–¿Qué? –exclamó Nesta–. ¿Perros en una boda?
–Sí, podrían ser parte del cortejo.
Nesta y yo tuvimos que sostenernos la barriga de tanto reír. La idea de
dos labradores gordos caminando hacia el altar con flores alrededor
del pescuezo era demasiado.
–Pues yo nunca me casaré –dije–. ¿Para qué? Hay tanta gente que se
separa un par de años después... Como mis padres. Una vez, oí a mi
papá hablando por teléfono y dijo que, en su opinión, el divorcio era
el modo que tiene la naturaleza de decirnos: “Te lo advertí”.
–Pero algún día podrías enamorarte –replicó Lucy–. Y entonces no
pensarás así.
–No creo. Ya tengo catorce años y aún no tuve un novio de verdad.
Nunca conocí a nadie que se acerque siquiera a lo que yo quiero.
–Pero ¿y si lo conocieras? –insistió Lucy.
–De acuerdo. Si lo conociera, lo cual no pasará, me pondría un
vestidito de látex rojo y llegaría al altar en patines, con un coro gospel
cantando y bailando en el fondo.
–Pero yo no sé patinar –protestó Lucy–. Y tengo que ser una de tus
damas de honor.
–No te preocupes. No va a pasar. No me veo enamorada.
Especialmente si me quedo por aquí. Todos los chicos son unos insulsos
totales.
–Bueno, yo esperaría muchísimos años para casarme –dijo Nesta–.
Quiero divertirme todo el tiempo que pueda. ¿Por qué conformarme
con una sola fruta cuando puedo probar toda la cesta?
–Eres una atrevida –la reprendió Lucy–. De todos modos, para ti
es fácil, pues eres un imán para todos los chicos. Pero ¿y si conoces a
alguien realmente especial?
–¿Qué, alguien como Tony? –bromeó Nesta.
La pobre Lucy se puso roja como un tomate. Tony es el hermano
mayor de Nesta y Lucy está enamoradísima de él.
–Me invitó a salir la semana que viene –anunció Lucy con timidez.
Nesta puso cara de preocupación.
–¿Y vas a ir?
–Claro que sí. Pero ya sé que no lo tengo que tomar muy en serio, le
gusta una chica distinta cada semana.
–No lo olvides –le advirtió Nesta–. Iz y yo tendríamos que consolarte
después.
–Sé cuidarme sola –replicó Lucy–. Pero ¿y tú, Iz? ¿Qué esperas de
un chico?
–¿Cuánto tiempo tienes? –le pregunté–. ¿Puedo preguntarle al público?...



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Nombre del libro: Cool Club
Autor: Lucile Kay
Editorial: V&R editorial
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Nombre del libro: Princesa de Portobello
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 2






—Ah. Bueno. De acuerdo. No hay problema —dijo, turbado—. Eh…
me llamo Simon. Hola.
—Fue muy romántico —les dije a las chicas más tarde ese mismo
día, mientras comíamos Pringles de cebolla y queso en casa de Izzie—.
Como en las películas. Me caí sobre sus rodillas. Si alguien filmara nuestra
historia, creo que me gustaría que el papel de él lo hiciera ese tipo
que hace de Ángel en Buffy.
Estábamos en el cuarto de Izzie. Finalmente, el tren había llegado a
Londres a las seis y media. Mamá me recogió y, apenas dejé mis cosas
en casa, le rogué que me dejara salir. Esto era urgentísimo. No sólo hacía
tres días completos que no veía a las chicas, sino que además tenía
tanto para contarles.
—¡Su historia! Pero si acabas de conocerlo —exclamó Lucy, bebiendo
un trago de Coca.
—Y, conociéndote —agregó Izzie—, probablemente te caíste sin
querer queriendo.
—No fue así —protesté—. El tren se sacudió.
Izzie puso una de sus caras de “no me digas”, pero Lucy era toda
oídos, pues es muy romántica.
—Cuéntanos todo —pidió, acomodándose en el puf violeta que
estaba en el suelo.
—Bueno, el resto del viaje pasó volando. No paramos de hablar.
Cuando nos dimos cuenta, estábamos entrando en Euston…
—¿Cómo se llama? —preguntó Lucy.
—Simon Peddington Lee. Vive en Holland Park y tiene dieciocho años.
—¿Cómo es? —preguntó Izzie.
—Alto, moreno y buen mozo. Hermosos ojos castaños.
—¿Qué hacía en el tren?
—Volvía de la Universidad de St Andrews. Está viendo si le gustaría
ir allá cuando termine el secundario. Decidí que quizá yo también vaya.
Ahora es el lugar.
—Allí estudió el Príncipe William, ¿no? —preguntó Lucy.
—Sí. Así que es muy elegante.
—¿A qué escuela va Simon ahora? —preguntó Lucy.
—A una privada. No recuerdo el nombre. Queda en Hampshire. Vive
en la escuela.
—¿Así que es un chico rico? —dijo Izzie, y agregó con voz tonta, en
tono esnob—: Peddington Lee.
—No es esnob ni estirado ni nada —repliqué, ignorándola—. Le dije
que yo también iba a una escuela privada.
—Pero, Nesta —exclamó Lucy—, eso es mentira.
—No lo es —repuse, riendo—. Nadie está privado de entrar en ella.
Además, creo que voy a cambiar mi nombre; yo también usaré doble
apellido. Podría ser Nesta Costello Williams, si usara el apellido de papá
y luego el de mamá. ¿O debería ser Nesta Williams Costello?
—Bueno, no te enredes tanto —respondió Izzie—. Sólo sé tú misma.
Nesta Williams suena bien.
—Nesta, la Diosa —rió Lucy.
—Pensé que se alegrarían por mí —rezongué, dolida—. Acabo de
conocer a alguien que me gusta.
—Claro que me alegro por ti —replicó Lucy—. Pero ¿estás segura de que
quieres salir con un chico que quizá se marche pronto?
—No se irá hasta el otoño. Apenas estamos en abril. Si, para entonces,
seguimos gustándonos, yo puedo ir a Escocia cuando termine la escuela.
—¿No era que querías ser actriz? —preguntó Izzie—. No creo que
enseñen arte dramático en St Andrews.
Eso no se me había ocurrido.
—Tal vez sí. De todos modos, creo que a nuestra edad es mejor mantener
todas las opciones abiertas.
Izzie lanzó una carcajada.
—Hablas como mi mamá, Nesta. Y ese chico, ¿quiere verte otra vez?
—Sí. Iremos a montar.
—¡A montar! ¿A caballo?
—Sí.
—Pero ¿alguna vez montaste a caballo?
—No, pero seguro que aprenderé enseguida.
Lucy e Izzie se miraron, preocupadas.
—Pero le dijiste que no sabes montar, ¿verdad? —dijo Lucy.
—Claro que no. No puede ser tan difícil.
—Ehh… Nesta… —empezó Lucy.
—No —la interrumpió Izzie—. Tendrá que darse cuenta sola…
El diario de Nesta
¿Sabes una cosa? J’ai un nouveau novio. Il s’appelle Simon
Peddington Lee y es un bombón. Ya me envió un mensaje de texto.
:->> Eso significa “una gran sonrisa”. Y “Nosvmos”.
Yo le respondí con un J)))) y “Salu2”.
Ojalá pudiera adivinar el futuro, porque creo que él puede ser
El Hombre. Hace muchísimo que no me gusta nadie. Y nunca estuve
enamorada. No de verdad. Él parece más adulto que todos los
perdedores con los que salí el año pasado, y tiene buenas piernas,
bien largas, y una boca très besable.
Rechazados desde mi llegada a London:
Robin: (Salimos una semana en septiembre.) Dulce pero aburrido.
Se queda con la mirada perdida creyéndose interesante,
pero parece un tarado total.
Michael: (2 citas en octubre.) Usa a la gente y besa mal, le gusta
morder.
Nick: (1 cita en diciembre.) Un asco. Usa demasiado gel en el pelo.
Tiene la extraña costumbre de lamerles las orejas a las
chicas. Desagradable.
Steve: (Enero) Me gustaba, pero era inmaduro y más bajo que yo.
Alan: (3 semanas en febrero.) Más o menos. Decía que quería
estudiar medicina y trató de meterme las manos debajo
de la ropa para examinarme. Patético.
Mi hermano Tony tiene nueva novia y aparentemente se dislocó
la mandíbula después de una sesión de besos. ¿Cómo lo hizo? No
sé si contárselo a Lucy o no. Debo averiguar cuál es su situación
actual, porque el año pasado estuvieron juntos. A las chicas siempre
les gusta Tony, pero él estaba muy enganchado con Lucy.
Izzie está experimentando una DSH (deficiencia en el sentido del
humor). No sé por qué, ya que está saliendo con Ben, el cantante
de King Noz, y está más contenta que nunca.
Estoy cansadísima. ZZZZzzzz
Nombre del libro: Princesa de Portobello
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1







Cathy Hopkins
Princesa
de Portobello
1
El tren del amor
–Nesta, ¿eres tú? —preguntó la voz de Lucy en el teléfono—. Te
oigo rara. ¿Dónde estás?
—En el baño, en el tren del infierno —gemí.
La oí reír. ¿Por qué a la gente siempre le parece gracioso cuando mi
vida se convierte en un desastre total?
—No, en serio. Es una pesadilla. Estamos parados en el medio de
la nada. Debería haber llegado a casa hace horas.
—Suenas como si estuvieses dentro de una cabina —dijo Lucy—.
Se oye mucho eco. Pero ¿qué haces en el baño? No te habrás quedado
encerrada, ¿verdad? —Echó a reír otra vez.
—Estoy aquí adentro —respondí, con tono ofendido—, para poder hablar
por celular sin que me escuche todo el vagón y porque esperaba un poco de
comprensión de alguien que se supone que es una de mis mejores amigas.
—Lo siento, Nesta. Pronto arrancará de nuevo.
—¿Qué estás haciendo?
—Mirando la tele. Están dando una repetición de The O.C. Más tarde
iré a casa de Izzie.
—Qué suerte. Ojalá estuviera con ustedes. Ya no soporto esto. Me
muero de aburrimiento.
—¿No tienes un libro?
—Ya lo leí.
—¿Una revista?
—Ya la leí.
—Llama a Izzie.
—Salió.
—Entonces ve a charlar con algún pasajero. Así el tiempo se te pasará
más rápido.
—Ni lo menciones. Tengo a la familia satánica sentada detrás de mí.
Recuérdame que nunca tenga hijos.
—¿No era que te gustaban los niños?
—Sí. Pero no podría comerme uno entero. Ja, ja. Francamente, es
horrible. Este niñito que tengo atrás me está volviendo loca. Patea mi
asiento, discute con su hermana, tiene un videojuego irritante que hace
un sonido como una sirena de policía. Y sus padres se quedan ahí sentados
como si fuera la criatura más adorable. Ojalá lo hicieran callar.
—Cámbiate de asiento. Es sábado. Ve a la primera clase y paga la diferencia.
¿Tienes dinero?
—Sí. Ya me cambié. Papá me dio dinero extra. Pero como es Pascua,
el tren está completo y no alcanzan los asientos, de modo que pasaron a
todo el mundo a primera clase. Además, no anda la calefacción. ¡Y tampoco
hay coche comedor! Ni siquiera puedo comprar una Coca. Deja
de reírte. No veo qué te causa tanta gracia.
—Perdóname, Nesta —respondió Lucy—. Es que te imagino escondida
en el baño. Tú, que vas a todos los sitios de moda.
—Sí, justamente. Muy gracioso. Ufa. Qué olor horrible hay aquí,
parece que alguien estuvo fumando a escondidas. Un momento, voy a
echar desodorante.
Saqué mi Calvin Klein y eché un poco al aire.
—Así está mejor. ¡Qué aburrida estoy, Lucy! Dime algo para entretenerme.
—Vuelve a sentarte y prueba un poco de esa meditación que hicimos
en la escuela.
—Ni me lo menciones. Eso es cosa de Izzie.
—Entonces, ¿cuándo estarás de vuelta?
—No lo sé. Nunca, según parece. Es obvio que me están castigando.
Me morí, fui al infierno y estoy atrapada en este tren con todos estos
locos por toda la eternidad.
—Qué dramática eres, Nesta. Llegarás muy pronto.
—Ojalá. Papá me dejó en Manchester a la una, y el viaje debía demorar
tres horas. Ya pasaron tres horas aquí arriba. Y ahora parece que hay un
desperfecto… aunque nadie nos informó qué pasa. ¿Qué hago?
—Eh… no sé. Ponte un poco de maquillaje.
—Buena idea —saqué mi portacosméticos y empecé a aplicarme un
poco de lápiz labial—. Ah, espera un momento —dije, cuando el tren
dio una sacudida hacia delante, con lo cual me quedó la mejilla atravesada
por una raya de lápiz labial—. Epa. Creo que arrancamos. Sí. Nos
movemos otra vez… Lucy, ¿Lucy…?
El celular se cortó, de modo que me miré al espejo y me cepillé un
poco el pelo. Me pregunté si debía hacerme una trenza. O quizá sería
mejor dejarlo suelto. Había un chico que se había pasado todo el viaje
observándome. Era bastante lindo. Dicen que uno de mis mejores rasgos
es el pelo: lo tengo largo hasta la cintura. Decidí dejármelo suelto.
Quería lucir bien cuando el chico del rincón decidiera avanzar. Seguramente
sólo era cuestión de tiempo.
Los pasajeros me observaban mientras regresaba del baño. Ya estoy
acostumbrada, porque la gente siempre me mira. Izzie dice que es porque
soy tan linda que me destaco entre la multitud, pero a veces pienso que
es también porque no logran descubrir de dónde soy. Veo sus cerebros
trabajando y trabajando para sacar de qué nacionalidad soy. En realidad,
mi papá es italiano y mamá es jamaiquina. A veces digo que soy
jamailiana o italina. Eso confunde mucho a la gente.
Sin embargo, últimamente viene bien eso de no ser fácil de identificar,
como cuando salgo con Lucy e Izzie y tenemos ganas de hacer locuras.
Simulamos ser estudiantes extranjeras. Yo finjo ser española o india.
Podría ser cualquiera de las dos cosas. Lucy simula ser sueca, porque
es rubia, tiene pómulos altos y sabe imitar el acento. Izzie, por alguna
razón, siempre se hace pasar por noruega, aunque con su pelo oscuro y
sus hermosos ojos es una irlandesa típica.
Mientras pasaba con esfuerzo entre pasajeros enfadados que estaban
sentados en el pasillo sobre sus maletas, se oyó un anuncio por
el altavoz.
—Pedimos disculpas por la demora y por la falta de asientos, pero ya
estamos en marcha nuevamente y llegaremos a Birmingham en unos
minutos. Sin embargo, debido a un problema con la locomotora, nos
quedaremos allí mientras los ingenieros la arreglan. Llegaremos a
Euston aproximadamente dos horas más tarde de lo previsto.
Un grito colectivo recorrió el tren, seguido de un coro de voces, pues
los pasajeros tomaron sus móviles y empezaron a hacer llamadas.
—Martha, estoy cerca de Birmingham. No sé a qué hora llegaremos.
Tomaré un taxi.
—Tom. Llegaré tarde porque se paró el tren. Te llamaré cuando
estemos más cerca.
—Gina. El maldito tren volvió a retrasarse. Te llamo más tarde.
Una y otra vez, la misma conversación se oyó en todos los vagones.
Entonces me di cuenta de que no encontraba mi asiento. Miré a los
demás pasajeros, pensando que quizá me había equivocado de vagón.
Pero no: allí estaba la familia satánica. Y el chico lindo del rincón. Ay,
no. Alguien había ocupado mi lugar. Una anciana de cabello blanco y
anteojos. Se había acomodado con un termo de té y un sándwich. No
podía pedirle que se levantara. Sería una maldad.
Miré alrededor pero no había más asientos. Bueno, tendré que quedarme
de pie, pensé. Dos horas y media. Qué alegría.
Pero los dioses se apiadaron de mí. Unos minutos después llegamos a
Birmingham y, aleluya, el hombre que iba sentado frente al chico lindo
se levantó para descender. El chico me miró y señaló con el mentón el
asiento frente al suyo. Fabuloso, pensé, y allá fui.
Cuando el tren se detuvo con una sacudida, perdí el equilibrio. Considerando
el día que estaba teniendo, lo que siguió parecía inevitable.
—Hola —me saludó el chico lindo, con una gran sonrisa, cuando
aterricé sobre su falda—. En realidad, me refería al asiento de enfrente.
Pero a mí no me molesta.
Me di cuenta de que pensó que me pondría de pie muy avergonzada,
entonces decidí ser más lista que él. Me quedé donde estaba un momento,
como si estuviera muy cómoda, y le dirigí una de mis mejores miradas
seductoras: la de la sonrisa y una ceja levantada.
Entonces sí me levanté.
—Sí. Quizás más tarde —respondí, sentándome frente a él....

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Nombre del libro: Pijama Party
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección:o Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 2





Me encogí de hombros y me volví hacia mi hermano, que me saludó
de lejos. No tenía sentido explicar nada, pensé, mientras caminaba hacia
Paul. Dave jamás entendería que, cuando estoy delante de un bombón
como él, Noola la Extraterrestre se apodera de mí. Ella no conoce muchas
palabras. Principalmente, palabras como ahyah, yuneuí y nisincia, que,
según creo, significan: “ah”, “sí” y “gracias”, en idioma extraterrestre.
–Hola, TJ –me saludó Paul, dándome un abrazo.
–Hola –respondí, y lo abracé también.
–Es un poquito viejo para ti, ¿no? –se burló Will, que pasaba en
bicicleta.
–Sal de aquí, degenerado –repliqué, mientras tomaba a Paul del brazo
y lo apartaba del gentío–. Es mi hermano.
Paul sonrió y miró a Will.
–Parece que estoy interrumpiendo algo.
–Ni lo pienses.
–Vamos, puedes contarme. ¿Alguien especial?
–Sólo los de siempre –respondí–. ¿Vienes a comer a casa?
–Sí –suspiró Paul y se pasó los dedos por el pelo–. Qué mala onda
tiene papá. Quise escaparme un rato y vine a buscarte.
–¿El Ogro sigue enojado contigo?
Paul asintió.
–Bastante. Por la forma en que no deja de regañarme, cualquiera
pensaría que asesiné a alguien y no que dejé la universidad. Pero tú
ya lo conoces.
¡Vaya si lo conocía! Noche y día, mamá y yo teníamos que escucharlo
hablar y hablar... Paul arruinó su vida. Paul desaprovechó una oportunidad
única. Paul desperdició su talento. Ojalá Paul fuera más parecido a
Marie. Él siempre fue un soñador. Todo le resultó demasiado fácil. ¿Qué
va a ser de él? ¿En qué nos equivocamos?
Y así seguía durante horas.
Es que papá es un importante asesor médico. Mamá es médica clínica.
Hasta mi hermana, Marie, es médica. El plan era que Paul se uniera al club,
que siguiera los pasos de la familia. Sólo que él nunca quiso eso. Paul
quería ser músico. Les siguió la corriente por un tiempo. Obtuvo buenas
calificaciones. Ingresó a la facultad de medicina. Cursó un año.
Hizo un fin de semana de autodescubrimiento en Londres y vio la luz
o algo así. Dejó la facultad. Se dejó crecer el pelo. Empezó a hablar con
la jerga de autoayuda. Se dedicó a estudiar medicina alternativa y rechazó
casi todo lo que papá representa. Ay.
Papá se volvió loco.
Mamá se puso triste.
Pero yo me alegro. No de que la esté pasando mal, claro. Me da pena
que reciba tantas críticas, pero es que papá espera que yo también estudie
medicina. Ajj, no gracias. Demasiada sangre. Yo quiero ser escritora, de
modo que espero que todo este problema con Paul prepare el camino
para cuando sea mi turno de caer en desgracia.
–Hablando en serio, parece que tienes muchos admiradores allá –observó
Paul, señalando la cancha de fútbol.
–No –respondí–. Los chicos nunca se interesan en mí.
–Pues a mí me parecían muy interesados.
–Sólo porque soy campeona de pulseadas –respondí, sonriendo–. Tenía
que ponerlos en su lugar después de que perdimos el partido esta mañana.
Paul me miró y suspiró.
–TJ, eres imposible. Abre los ojos y huele las hormonas, nena. Debes
de ser la chica más linda del equipo.
–¿Yo, linda? No me digas. Déjate de bromas.
–No es broma –repuso, y tiró de mi trenza.
–Sólo lo dices porque eres mi hermano.
–No –insistió–. Siempre estás menospreciándote. No te das cuenta de
lo hermosa que eres.
–Ahora sí que estás bromeando. Ni en sueños podría conquistar a
un chico.
–¿Lo has intentado?
Me encogí de hombros.
–Eh… no sé. En realidad, no. Pero… lo que pasa es que, o me pongo
a hablar como una extraterrestre, o me vuelvo mandona y empiezo a
corregirles la gramática. Vamos, ¿cómo voy a conquistar a alguien así?
O, si no, los aterrorizo con mi fuerza sobrehumana. Ya sabes, los humillo
ganándoles en las pulseadas. No es muy femenino. Es que nunca me
sale bien.
–Ya lo lograrás, TJ –dijo Paul con suavidad.
–Pero ¿cuándo? La mayoría de las chicas de mi año tienen los labios
paspados de tanto besar chicos. ¿Y yo? Lo único que tengo son raspones
donde algún chico me pateó jugando al fútbol. No tengo remedio.
Hannah era muy buena con los muchachos. Les gustaba mucho.
Paul me miró, preocupado.
–Lamento lo de Hannah. Mamá me lo contó. ¿Cuándo se fue?
–Hace dos semanas –respondí, y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Aún me dolía su partida, pero estaba decidida a no llorar como un bebé
delante de Paul. Hannah era mi mejor amiga. Y acababa de mudarse a
Sudáfrica. Sí, Sudáfrica. No es precisamente un lugar adonde puedes llegar
en autobús cuando tienes ganas de charlar. La extrañaba muchísimo.
–Pronto encontrarás nuevas amigas –dijo Paul.
Aaaayy. Si alguien más me dice eso, creo que voy a gritar. De hecho,
si Paul no fuese mi hermano, le habría dado un puñetazo. La gente no
entiende. Dice: “Pronto encontrarás nuevas amigas”, como si se pudiera
ir a comprarlas al supermercado.
–Yo no quiero nuevas amigas –repliqué–. Quiero que vuelva Hannah.
Hannah era única. Divertidísima. Sabía que nunca más conocería a
alguien así. Era ella quien le había puesto a mi padre el apodo de “el
Ogro”. Y si estábamos juntas, los chicos nunca se daban cuenta de que
me quedaba muda o decía idioteces: Hannah parloteaba por las dos.
Podía esconderme tras ella y ellos no se daban cuenta de que en realidad
me paralizaba la timidez.
Al doblar la esquina de nuestra cuadra, casi nos topamos con el Sr.
Kershaw en la acera, frente a nosotros. Estaba paseando a su perro,
Drule. O, mejor dicho, Drule estaba paseándolo a él. Drule es un ovejero
alemán enorme, y al Sr. Kershaw le estaba costando contenerlo.
–Está ansioso por llegar al parque –explicó, sonriendo, mientras Drule
tironeaba hacia adelante.
Reí y me encaminé a nuestro portón, pero Paul me detuvo.
–En realidad, TJ, no entres todavía. No vine sólo para acompañarte
a casa. Tengo algo que decirte.
–¿Qué cosa?
Al verlo pasar el peso de un pie al otro, algo me dijo que no me iba a
gustar lo que quería decirme.
Nombre del libro: Pijama Party
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1








1
Noola, la
extraterrestre

–Somos los campeones, somos los campeones –cantó un chico estúpido
del otro lado de la ventana del vestuario de las chicas.
–Pobrecitos –dijo Melanie Jones, mientras se frotaba las piernas con
una loción que tenía aroma a fresas–. Les ganamos tres semanas seguidas,
y por una vez que ganan, se creen los mejores.
–Sí –respondí, al tiempo que me recogía el pelo hacia atrás y me hacía
una trenza–. Lo de hoy –proseguí, levantando la voz para que el Chico
Estúpido me oyera– no fue más que un tropiezo en el excelente desempeño
de nuestro equipo.
–Sí –concordaron al unísono mis compañeras, que estaban cambiándose
después del partido de fútbol.
–Estuvieron muy pésimas –replicó de un grito el Chico Estúpido.
Metí mis cosas en el bolso y salí al sol deslumbrante de junio. Allí
estaba el Chico Estúpido, es decir, Will Evans, arquero del equipo de
los varones.
–¿Me hablas a mí? –le pregunté.
Will trató de enfrentarme de igual a igual, lo que no era fácil pues yo mido
un metro setenta y tres y él apenas llega a un metro sesenta y cuatro.
–Sí –respondió a la altura de mi nariz.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–De veras hay alguien que te busca, TJ –dijo Dave, al tiempo que me
alcanzaba y me ponía una mano en el hombro.
Cuando me volví y miré sus ojos azules, el estómago se me llenó de
mariposas.
–No lo dije para distraerte. Allá está, ¿lo ves? –prosiguió–. Un hippie
de pelo oscuro y arete.
Miré hacia donde señalaba y allá estaba mi hermano Paul, a poca
distancia.
–Nisincia –dije a Dave, que me miró confundido.


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