Cathy Hopkins - Pijama Party - Capitulo 1 , Parte 1
11:31 | 0 comentarios | capitulo 1, Cathy Hopkins, parte 1, pijama party
Nombre del libro: Pijama Party
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1
1
Noola, la
extraterrestre
–Somos los campeones, somos los campeones –cantó un chico estúpido
del otro lado de la ventana del vestuario de las chicas.
–Pobrecitos –dijo Melanie Jones, mientras se frotaba las piernas con
una loción que tenía aroma a fresas–. Les ganamos tres semanas seguidas,
y por una vez que ganan, se creen los mejores.
–Sí –respondí, al tiempo que me recogía el pelo hacia atrás y me hacía
una trenza–. Lo de hoy –proseguí, levantando la voz para que el Chico
Estúpido me oyera– no fue más que un tropiezo en el excelente desempeño
de nuestro equipo.
–Sí –concordaron al unísono mis compañeras, que estaban cambiándose
después del partido de fútbol.
–Estuvieron muy pésimas –replicó de un grito el Chico Estúpido.
Metí mis cosas en el bolso y salí al sol deslumbrante de junio. Allí
estaba el Chico Estúpido, es decir, Will Evans, arquero del equipo de
los varones.
–¿Me hablas a mí? –le pregunté.
Will trató de enfrentarme de igual a igual, lo que no era fácil pues yo mido
un metro setenta y tres y él apenas llega a un metro sesenta y cuatro.
–Sí –respondió a la altura de mi nariz.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–De veras hay alguien que te busca, TJ –dijo Dave, al tiempo que me
alcanzaba y me ponía una mano en el hombro.
Cuando me volví y miré sus ojos azules, el estómago se me llenó de
mariposas.
–No lo dije para distraerte. Allá está, ¿lo ves? –prosiguió–. Un hippie
de pelo oscuro y arete.
Miré hacia donde señalaba y allá estaba mi hermano Paul, a poca
distancia.
–Nisincia –dije a Dave, que me miró confundido.
Clic aquí.
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1
1
Noola, la
extraterrestre
–Somos los campeones, somos los campeones –cantó un chico estúpido
del otro lado de la ventana del vestuario de las chicas.
–Pobrecitos –dijo Melanie Jones, mientras se frotaba las piernas con
una loción que tenía aroma a fresas–. Les ganamos tres semanas seguidas,
y por una vez que ganan, se creen los mejores.
–Sí –respondí, al tiempo que me recogía el pelo hacia atrás y me hacía
una trenza–. Lo de hoy –proseguí, levantando la voz para que el Chico
Estúpido me oyera– no fue más que un tropiezo en el excelente desempeño
de nuestro equipo.
–Sí –concordaron al unísono mis compañeras, que estaban cambiándose
después del partido de fútbol.
–Estuvieron muy pésimas –replicó de un grito el Chico Estúpido.
Metí mis cosas en el bolso y salí al sol deslumbrante de junio. Allí
estaba el Chico Estúpido, es decir, Will Evans, arquero del equipo de
los varones.
–¿Me hablas a mí? –le pregunté.
Will trató de enfrentarme de igual a igual, lo que no era fácil pues yo mido
un metro setenta y tres y él apenas llega a un metro sesenta y cuatro.
–Sí –respondió a la altura de mi nariz.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–De veras hay alguien que te busca, TJ –dijo Dave, al tiempo que me
alcanzaba y me ponía una mano en el hombro.
Cuando me volví y miré sus ojos azules, el estómago se me llenó de
mariposas.
–No lo dije para distraerte. Allá está, ¿lo ves? –prosiguió–. Un hippie
de pelo oscuro y arete.
Miré hacia donde señalaba y allá estaba mi hermano Paul, a poca
distancia.
–Nisincia –dije a Dave, que me miró confundido.
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