Información:
Libro: Canasta de Cuentos Mexicanos
Autor: B. Traven
Editorial: SELECTOR.
Cuento: Corresponsal Extranjero.
Se encuentra en las páginas: 203 - 209




Corresponsal extranjero:

Siempre tuve la gran idea de ser corresponsal extranjero, si se me daba una oportunidad.

Escribí por lo tanto una elegante carta, a cierto diario importante de mi tierra, diciendo mis grandes habilidades, para terminar solicitando la chamba que tanto necesitaba.

El editor era un señor muy ocupado pero muy amable .

Me contestó lo siguiente: “Mándeme reportaje sangriento, bien jugoso al rojo vivo y si posible referente a algún episodio en que el matasiete Pancho Villa tenga el papel principal, pero tiene que ser sensacional, candente, incendiario”.

Era a mediados de 1995, después de la toma de Celaya, cuando yo me encontraba en la ciudad de Torreón.

Una mañana estaba parado en la banqueta muy cerca de la entrada del hotel principal, donde me había hospedado la noche anterior. Salí a ver como estaba el tiempo y a llenarme los pulmones de aire fresco.

Mientras tenía las manos extendidas , con las palmas, una espesa gota roja salpicó mi mano izquierda. Enseguida otra gota igual, roja y gruesa, cayó sobre mi mano derecha.

Miré hacia arriba para ver de donde podría venir esa pintura, pero antes de poder descubrir algo, cayeron, unas cuantas gotas más sobre mis ojos, cegándome temporalmete, unas cuantas gotas más revotaron sobre mi nariz.

Una vez que mire arriba descubrí que había una especie de balcón, eso me convenció de que algún obrero debía de estar pintando, caminé un poco más hacia atrás para observar mejor y gritarle al tal pintor que tuviera más cuidado con su trabajo pues podía fácilmente arruinar los trajes nuevos de las damas que salieran del hotel.

No era pintor alguno que estuviera en el balcón, tampoco era pintura la que caía tan libremente sobre los huéspedes del hotel que entraban y salían. Era algo que yo no esperaba ver tan temprano y en una mañana tan hermosa y apacible.

La barandilla estaba echa de hierro forjado en un estilo fino. Sobre cada uno de los seis picos de dicha barandilla estaba ensartada una cabeza humana, acabada de cortar, el hotel tenía cuatro balcones iguales y en cada balcón había igual seis picos decorados de la misma forma con seis cabezas recién cortadas de humanos.

Horrorizado me precipité a ver al dueño del hotel.

Solamente se encogió de hombros y dijo:

- Eso no es nada nuevo, amigo, si no hubiera nada que ver esta mañana, eso sería una gran novedad. Pero eche una mirada al otro lado de la calle ¿Qué ve? Sí, un restaurante y muy cerca de los ventanales, Pancho y sus jefes están desayunando. Panchito, sabe usted, es de buen diente, pero no se le abre el apetito si no ve este adorno, fíjese en ese coronel de bigotes se llama Rodolfo Fierro, el es quien cuida que el adorno siempre esté listo al momento de sentarse con Panchito a desayunar.

- Pero óigame, noté una cabeza que a mi parecer no es la de un nativo, sino más bien como la de un extranjero, un inglés o algo por el estilo.

- No , no es la cabeza de un extranjero la que vio, es la de un cabrón tal por cual corresponsal de un periódico americano.

Pulí esta historia cuidadosamente, la escribí a máquina en el papel más caro que pude encontrar y la mandé por correo esa misma tarde al editor.

A vuelta de mi correo tenía su respuesta. Se había molestado en escribir unas cuantas líneas personalmente como acostumbran a hacerlo los editores.

“Su reportaje no tiene interés, para nuestros lectores. Le falta jugo, sangre y no es movido, peor todavía Pancho ni siquiera forma parte activa en él. Por mi larga experiencia como editor le sugiero olvidarse de llegar a ser corresponsal extranjero. De usted atentamente, El Editor.”

Seguí honrado el consejo de ese editor tan amable y me olvidé completamente de llegar a ser corresponsal extranjero para un periódico americano y creo que esta es la razón por la cual todavía conservo mi cabeza sobre mis hombros, siendo que Pancho tiempo ha que fue su último descanso sin la suya.

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