Nombre del libro: Besos Cósmicos
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección:Se Capitulo 1 , Parte 2



¿Ir mitad y mitad? ¿Llamar a una amiga?
–Última oportunidad –dijo Nesta–. Danos tu respuesta definitiva.
Tenía que pensarlo. ¿El chico perfecto?
–De acuerdo. Buen sentido del humor. Tiene que hacerme reír. Eh…
inteligente. No quiero un idiota sin sesos. Alguien con quien pueda
conversar y tener muchas cosas en común.
–¿Y buen mozo, seguramente? –preguntó Nesta.
–Sí. Un poco. Pero no quiero alguien súper lindo, porque me parece
que ésos son demasiado arrogantes…
–Como Tony –concordó Nesta, mirando intencionadamente a Lucy,
que no le hizo caso.
–Eh… disculpa –la interrumpí–. No terminé. Respuesta final para
el chico del millón. Buen sentido del humor. Inteligente. Generoso.
Aspecto decente. Buen trasero. Debe gustarle de verdad estar en compañía
de chicas. Uñas limpias, y por último…
–Rico –sugirió Nesta.
–Lindo –propuso Lucy.
–No –respondí–. Por último, pero no menos importante… debe
poder pararse de cabeza y cantar el himno nacional.
Lucy lanzó una carcajada.
–Estás loca, Izzie –dijo.
–Buena suerte –le deseó Nesta–. Es decir, en general me parece bien,
pero ¿uñas limpias? Creo que estás pidiendo demasiado, amiga.
–Izzie –llamó mamá frenéticamente desde abajo–. Llegó el auto.
Respiré hondo.
–¡Allá voy! Pregunta finalísima: ¿me veo bien? Con todo este verde,
¿necesito más negro en los ojos?
–Estás genial –respondió Lucy–. Luego cuéntanos cómo te fue.
–¿De acuerdo, Nesta? –pregunté.
Nesta rió.
–Bueno, digamos que cuando Amelia te vea, espero que el amor sea
realmente ciego.
–Si el amor es ciego –repliqué–, entonces el matrimonio le abrirá los
ojos.
–No me digas –dijo Nesta, al tiempo que se levantaba de la cama y
se dirigía a la puerta–. Vamos, Lu, antes de que la señora Foster la vea
y explote.
Lucy sonrió.
–Sí. Fue un gusto conocerte, Izzie.
Dicho lo cual, las dos salieron corriendo.
Mi plan de escandalizar a nuestra directora el lunes con mi pelo verde
tuvo corta vida. Apenas regresamos de la boda, mamá me llevó arriba
al cuarto de baño.
–Bien –dijo, con los dientes apretados–. Empieza a lavarte y no te
detengas hasta que tu pelo vuelva a la normalidad.
Me entregó el champú y esperé que se fuera, pero se quedó allí
mirándome, furiosa.
–No te bastó con avergonzarme delante de toda nuestra familia y nuestros
amigos –prosiguió–, sino que además le arruinaste el día especial a
Amelia. Y ¿cómo vamos a explicar por qué una de las damas de honor
casi no salió en las fotos de la boda?
–A mí no me habría molestado estar en las fotos –repuse.
–Pues a Amelia, sí. Estaba furiosa. Francamente, Isobel, opacaste a
la novia en el día de su boda.
–Yo no quise…
–Nunca piensas, ¿verdad? Habrías llamado la atención en todas las
fotos.
–Lo siento –dije, por millonésima vez.
–Y tampoco dejaré que vayas así a la escuela. Dios sabe qué pensarían
los profesores de nosotros y de qué clase de hogar vienes.
Iba a explicarle que muchísimas chicas tienen el pelo teñido y con
mechones más claros, pero sé reconocer la derrota, de modo que me
incliné bajo los grifos y empecé a lavarme.
Mamá seguía cerca mientras la bañera se llenaba de arroyos de tintura
verde. La oía suspirar por encima del ruido del agua. Decidí que
la mejor política era el silencio, de modo que seguí lavándome y luego
estiré el brazo para tomar una toalla.
–¡ESA NO! ¡Por todos los cielos, Isobel! –gritó mamá. Siempre me
llama por mi nombre completo cuando se enoja conmigo–. Con una
toalla blanca, no: se va a manchar. Te traeré una oscura.
A mamá le gustan mucho las toallas blancas. Una vez, después de que
me había lavado la cara, ella vino a mi dormitorio con la toalla que había
usado.
–¿Fuiste tú quien hizo esto? –me preguntó, señalando las manchas
de rímel–. Las toallas son para secarse, no para quitarse el maquillaje.
Ojalá comprara toallas normales de colores para poder usarlas sin
preocuparme, pero ella es así para todo. Nuestra casa está inmaculada.
Mamá está inmaculada. Siempre se pone unos trajes negros impecables
para ir a trabajar y, para estar en casa, unos pantalones también
impecables y suéteres de cachemira. Se recoge el cabello en un rodete…
impecable. Nunca tiene un pelo fuera de lugar. Nunca un raspón en los
zapatos. Nunca una mancha en la ropa. Su signo del zodíaco es Virgo.
Son súper perfeccionistas. Mamá limpia antes de que venga la mujer de
la limpieza, porque no quiere que piense que somos una familia sucia.
¿Para qué tener alguien que venga a limpiar si no se puede ensuciar?
Deseé que se fuera y me dejara terminar con mi cabello en paz, pero
no: se sentó en el borde de la bañera y me miró con severidad.
–Ahora, ¿me darás una explicación?
–Eh… me pareció que quedaba bien.
Suspiro. Suspiro más grande.
–No quise molestar a nadie… –empecé.
Era verdad. Pero sí había provocado toda una reacción. Estábamos
caminando hacia el altar y todos miraban a la novia entre suspiros de
admiración cuando, de pronto, me vieron y se hizo silencio. Luego la
gente apartó la mirada. Pero Amelia, no. Apenas me vio, supe que habría
problemas. Muchos problemas. Juro que vi salir humo debajo de su velo.
Mantuve los ojos en el altar y recé para que se calmara un poco en la
fiesta, después de algunos tragos. Pero no fue así. Se puso absolutamente
furiosa.
Mamá seguía mirándome, enojada, desde el borde de la bañera. Yo
no sabía qué más decir.
–Lo siento –agregué–. Te pido perdón.
–¿Perdón? Tú no sabes lo que significa esa palabra. Vete a tu habitación.
No soporto mirarte.
Me dirigí a mi dormitorio. Decididamente, estaba en problemas. Era
persona no grata. Otra vez.

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  1. Anónimo On 23 de diciembre de 2011, 9:42

    Hola. Bueno, vi tu entrada de la princesa de portobello y no la terminaste. Es que he querido encontrar el libro pero no esta. Lo podrías publicar por favor?
    Gracias.
    Si me respondes hazlo a massielcg12@hotmail.com

     

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