Cathy Hopkins - Besos Cósmicos - Capitulo 1, Parte 1
13:25 | 0 comentarios | Besos Cósmicos, capitulo 1, Cathy Hopkins, parte 1
Nombre del libro: Besos Cósmicos
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1
Cathy Hopkins
Besos cósmicos
1
La dama de horror
Lucy quedó boquiabierta al verme salir del cuarto de baño.
–¡Izzie, Dios mío! ¿Qué te has hecho? –exclamó.
–Es diferente –dijo Nesta.
Las dos me miraban como si saliera de una película de terror.
–¿Les gusta? –pregunté, dando una vueltita.
Era el día de la boda de mi aburrida hermanastra Amelia con el igualmente
aburrido Jeremy, y yo tenía que ser su dama de honor, junto
con mi otra hermanastra, Claudia. Como era de esperarse, Amelia
había elegido para mí un vestido horrible. De satén verde esmeralda.
Línea emperatriz. Espantoso.
Pero se me había ocurrido una idea.
–Tenía que hacer algo –expliqué–. Parecía la protagonista de una novela
de Jane Austen.
–Sí –dijo Nesta, anonadada–, pero ¿teñirte el pelo de verde?
–Está muy al tono –repuse, sonriendo–. ¿No te gusta?
–A mí me parece que le queda fabuloso –intervino Lucy–. Pero ¿y el
colegio? La señora Allen te matará.
–Bueno, el color se va con los lavados en una semana. Es sólo mousse.
Pero no se lo diré a mamá.
Me miré en el espejo de mi habitación.
–A mí me gusta, y creo que me lo dejaré al menos hasta el lunes.
–¿Tu mamá no te obligará a lavártelo? –preguntó Nesta.
–Estuvo ocupada toda la mañana y el auto llegará en cualquier momento,
de modo que, cuando me vea, será demasiado tarde.
Lucy rió.
–Pareces una irlandesa. Todo ese color esmeralda hace que tus ojos
se vean más verdes que de costumbre.
–En ese caso, mi abuela habría estado orgullosa, por eso de las raíces
irlandesas. ¿Entienden? ¿Raíces verde esmeralda?
Me miraron como si me hubiese vuelto loca.
–Las raíces del pelo, tontas.
–Más bien, se revolcará en su tumba –repuso Nesta–. No creo que se
le hubiera ocurrido nada parecido.
–Tal vez su fantasma se aparezca en la boda –sugerí–, y cuando llegue la
parte en la que el sacerdote pregunta: “¿Alguien tiene alguna objeción?”,
su figura se elevará hasta el techo gimiendo: “Sí, yo tengo una. Mi nieta se
tiñó su hermoso y largo cabello castaño de verde”.
Lucy y Nesta rieron.
–Pero, hablando en serio –proseguí–, ojalá ustedes también vinieran.
No es justo. A todos los demás les permitieron invitar amigos, al
menos a la fiesta. Pero supongo que, como son adultos, hay unas reglas
para ellos y otras para nosotros.
–Bueno, tal vez haya algunos chicos decentes –dijo Nesta–. Puedes
poner en práctica mis consejos de conquista.
–Ni lo sueñes. Me moriré de aburrimiento. Ni siquiera habrá baile.
Jeremy es contador y, como Amelia, viene de una familia de contadores.
Hasta mandaron hacer el pastel de bodas en forma de calculadora.
–¿Cómo es el vestido de ella? –preguntó Lucy, a quien siempre le
interesaba el estilo de todo. Piensa estudiar arte cuando termine la
escuela, y dedicarse a diseñar ropa.
–Grande, ampuloso. La hace enorme aunque es muy delgada. De
hecho, no sé cómo hará para subir al auto.
–Si yo me casara –dijo Nesta, reclinándose sobre los almohadones
como Cleopatra–, me vería fantástica. Claro que, para entonces, seré
famosa y habrá muchos reporteros, pues todas las revistas querrán
comprar las fotos de mi boda.
–¿Qué vestido te pondrías? –le preguntó Lucy.
–Algo más al cuerpo. Que marque la figura. Tal vez de seda color
marfil, sin espalda. Y usaría el pelo suelto, como ahora, hasta la cintura.
No recogido en uno de esos peinados horribles que eligen muchas
mujeres para casarse, que parece que tuvieran colmenas en la cabeza.
Además, llevaría un ramo sencillo, un par de lirios o algo así. Elegante.
Haría la ceremonia en el parque de mi mansión y vendrían estrellas de
rock y personajes famosos.
–Estarías deslumbrante con cualquier cosa que te pusieras –repuse,
observándola extendida sobre mi cama. Nesta es, sin duda, la chica más
linda de nuestra clase, si no de toda la escuela. Es mitad jamaiquina
y mitad italiana. Podría ser modelo, si quisiera, pero últimamente ha
decidido ser actriz.
Lucy también es bonita, pero de un modo distinto. Es menuda, tiene
cabello rubio rizado y parecía un duende, sentada con las piernas cruzadas
en su lugar preferido, sobre un puf que está en el suelo.
–Y tú, ¿qué te pondrías, Lucy? –le pregunté.
Lucy miró por la ventana con aire soñador.
–Creo que me gustaría casarme en invierno, en la nieve. Vestida
de terciopelo, con una capa. Y pimpollos de rosas blancas en el pelo.
Llegaría en un carruaje tirado por caballos y la iglesia estaría cubierta
de flores y de hiedra…
–Qué romántica eres, Lu –observé, riendo–. Mientras no sometas a
tus damas de honor a nada como esta monstruosidad que tengo que
ponerme yo...
–Nosotras podríamos ser las damas de honor, ¿no? –preguntó Nesta–.
Como somos tus mejores amigas...
–Claro, pero también me gustaría tener a Ben y a Jerry, pues son mis
otros mejores amigos –respondió Lucy.
–¿Qué? –exclamó Nesta–. ¿Perros en una boda?
–Sí, podrían ser parte del cortejo.
Nesta y yo tuvimos que sostenernos la barriga de tanto reír. La idea de
dos labradores gordos caminando hacia el altar con flores alrededor
del pescuezo era demasiado.
–Pues yo nunca me casaré –dije–. ¿Para qué? Hay tanta gente que se
separa un par de años después... Como mis padres. Una vez, oí a mi
papá hablando por teléfono y dijo que, en su opinión, el divorcio era
el modo que tiene la naturaleza de decirnos: “Te lo advertí”.
–Pero algún día podrías enamorarte –replicó Lucy–. Y entonces no
pensarás así.
–No creo. Ya tengo catorce años y aún no tuve un novio de verdad.
Nunca conocí a nadie que se acerque siquiera a lo que yo quiero.
–Pero ¿y si lo conocieras? –insistió Lucy.
–De acuerdo. Si lo conociera, lo cual no pasará, me pondría un
vestidito de látex rojo y llegaría al altar en patines, con un coro gospel
cantando y bailando en el fondo.
–Pero yo no sé patinar –protestó Lucy–. Y tengo que ser una de tus
damas de honor.
–No te preocupes. No va a pasar. No me veo enamorada.
Especialmente si me quedo por aquí. Todos los chicos son unos insulsos
totales.
–Bueno, yo esperaría muchísimos años para casarme –dijo Nesta–.
Quiero divertirme todo el tiempo que pueda. ¿Por qué conformarme
con una sola fruta cuando puedo probar toda la cesta?
–Eres una atrevida –la reprendió Lucy–. De todos modos, para ti
es fácil, pues eres un imán para todos los chicos. Pero ¿y si conoces a
alguien realmente especial?
–¿Qué, alguien como Tony? –bromeó Nesta.
La pobre Lucy se puso roja como un tomate. Tony es el hermano
mayor de Nesta y Lucy está enamoradísima de él.
–Me invitó a salir la semana que viene –anunció Lucy con timidez.
Nesta puso cara de preocupación.
–¿Y vas a ir?
–Claro que sí. Pero ya sé que no lo tengo que tomar muy en serio, le
gusta una chica distinta cada semana.
–No lo olvides –le advirtió Nesta–. Iz y yo tendríamos que consolarte
después.
–Sé cuidarme sola –replicó Lucy–. Pero ¿y tú, Iz? ¿Qué esperas de
un chico?
–¿Cuánto tiempo tienes? –le pregunté–. ¿Puedo preguntarle al público?...
Besos cósmicos
1
La dama de horror
Lucy quedó boquiabierta al verme salir del cuarto de baño.
–¡Izzie, Dios mío! ¿Qué te has hecho? –exclamó.
–Es diferente –dijo Nesta.
Las dos me miraban como si saliera de una película de terror.
–¿Les gusta? –pregunté, dando una vueltita.
Era el día de la boda de mi aburrida hermanastra Amelia con el igualmente
aburrido Jeremy, y yo tenía que ser su dama de honor, junto
con mi otra hermanastra, Claudia. Como era de esperarse, Amelia
había elegido para mí un vestido horrible. De satén verde esmeralda.
Línea emperatriz. Espantoso.
Pero se me había ocurrido una idea.
–Tenía que hacer algo –expliqué–. Parecía la protagonista de una novela
de Jane Austen.
–Sí –dijo Nesta, anonadada–, pero ¿teñirte el pelo de verde?
–Está muy al tono –repuse, sonriendo–. ¿No te gusta?
–A mí me parece que le queda fabuloso –intervino Lucy–. Pero ¿y el
colegio? La señora Allen te matará.
–Bueno, el color se va con los lavados en una semana. Es sólo mousse.
Pero no se lo diré a mamá.
Me miré en el espejo de mi habitación.
–A mí me gusta, y creo que me lo dejaré al menos hasta el lunes.
–¿Tu mamá no te obligará a lavártelo? –preguntó Nesta.
–Estuvo ocupada toda la mañana y el auto llegará en cualquier momento,
de modo que, cuando me vea, será demasiado tarde.
Lucy rió.
–Pareces una irlandesa. Todo ese color esmeralda hace que tus ojos
se vean más verdes que de costumbre.
–En ese caso, mi abuela habría estado orgullosa, por eso de las raíces
irlandesas. ¿Entienden? ¿Raíces verde esmeralda?
Me miraron como si me hubiese vuelto loca.
–Las raíces del pelo, tontas.
–Más bien, se revolcará en su tumba –repuso Nesta–. No creo que se
le hubiera ocurrido nada parecido.
–Tal vez su fantasma se aparezca en la boda –sugerí–, y cuando llegue la
parte en la que el sacerdote pregunta: “¿Alguien tiene alguna objeción?”,
su figura se elevará hasta el techo gimiendo: “Sí, yo tengo una. Mi nieta se
tiñó su hermoso y largo cabello castaño de verde”.
Lucy y Nesta rieron.
–Pero, hablando en serio –proseguí–, ojalá ustedes también vinieran.
No es justo. A todos los demás les permitieron invitar amigos, al
menos a la fiesta. Pero supongo que, como son adultos, hay unas reglas
para ellos y otras para nosotros.
–Bueno, tal vez haya algunos chicos decentes –dijo Nesta–. Puedes
poner en práctica mis consejos de conquista.
–Ni lo sueñes. Me moriré de aburrimiento. Ni siquiera habrá baile.
Jeremy es contador y, como Amelia, viene de una familia de contadores.
Hasta mandaron hacer el pastel de bodas en forma de calculadora.
–¿Cómo es el vestido de ella? –preguntó Lucy, a quien siempre le
interesaba el estilo de todo. Piensa estudiar arte cuando termine la
escuela, y dedicarse a diseñar ropa.
–Grande, ampuloso. La hace enorme aunque es muy delgada. De
hecho, no sé cómo hará para subir al auto.
–Si yo me casara –dijo Nesta, reclinándose sobre los almohadones
como Cleopatra–, me vería fantástica. Claro que, para entonces, seré
famosa y habrá muchos reporteros, pues todas las revistas querrán
comprar las fotos de mi boda.
–¿Qué vestido te pondrías? –le preguntó Lucy.
–Algo más al cuerpo. Que marque la figura. Tal vez de seda color
marfil, sin espalda. Y usaría el pelo suelto, como ahora, hasta la cintura.
No recogido en uno de esos peinados horribles que eligen muchas
mujeres para casarse, que parece que tuvieran colmenas en la cabeza.
Además, llevaría un ramo sencillo, un par de lirios o algo así. Elegante.
Haría la ceremonia en el parque de mi mansión y vendrían estrellas de
rock y personajes famosos.
–Estarías deslumbrante con cualquier cosa que te pusieras –repuse,
observándola extendida sobre mi cama. Nesta es, sin duda, la chica más
linda de nuestra clase, si no de toda la escuela. Es mitad jamaiquina
y mitad italiana. Podría ser modelo, si quisiera, pero últimamente ha
decidido ser actriz.
Lucy también es bonita, pero de un modo distinto. Es menuda, tiene
cabello rubio rizado y parecía un duende, sentada con las piernas cruzadas
en su lugar preferido, sobre un puf que está en el suelo.
–Y tú, ¿qué te pondrías, Lucy? –le pregunté.
Lucy miró por la ventana con aire soñador.
–Creo que me gustaría casarme en invierno, en la nieve. Vestida
de terciopelo, con una capa. Y pimpollos de rosas blancas en el pelo.
Llegaría en un carruaje tirado por caballos y la iglesia estaría cubierta
de flores y de hiedra…
–Qué romántica eres, Lu –observé, riendo–. Mientras no sometas a
tus damas de honor a nada como esta monstruosidad que tengo que
ponerme yo...
–Nosotras podríamos ser las damas de honor, ¿no? –preguntó Nesta–.
Como somos tus mejores amigas...
–Claro, pero también me gustaría tener a Ben y a Jerry, pues son mis
otros mejores amigos –respondió Lucy.
–¿Qué? –exclamó Nesta–. ¿Perros en una boda?
–Sí, podrían ser parte del cortejo.
Nesta y yo tuvimos que sostenernos la barriga de tanto reír. La idea de
dos labradores gordos caminando hacia el altar con flores alrededor
del pescuezo era demasiado.
–Pues yo nunca me casaré –dije–. ¿Para qué? Hay tanta gente que se
separa un par de años después... Como mis padres. Una vez, oí a mi
papá hablando por teléfono y dijo que, en su opinión, el divorcio era
el modo que tiene la naturaleza de decirnos: “Te lo advertí”.
–Pero algún día podrías enamorarte –replicó Lucy–. Y entonces no
pensarás así.
–No creo. Ya tengo catorce años y aún no tuve un novio de verdad.
Nunca conocí a nadie que se acerque siquiera a lo que yo quiero.
–Pero ¿y si lo conocieras? –insistió Lucy.
–De acuerdo. Si lo conociera, lo cual no pasará, me pondría un
vestidito de látex rojo y llegaría al altar en patines, con un coro gospel
cantando y bailando en el fondo.
–Pero yo no sé patinar –protestó Lucy–. Y tengo que ser una de tus
damas de honor.
–No te preocupes. No va a pasar. No me veo enamorada.
Especialmente si me quedo por aquí. Todos los chicos son unos insulsos
totales.
–Bueno, yo esperaría muchísimos años para casarme –dijo Nesta–.
Quiero divertirme todo el tiempo que pueda. ¿Por qué conformarme
con una sola fruta cuando puedo probar toda la cesta?
–Eres una atrevida –la reprendió Lucy–. De todos modos, para ti
es fácil, pues eres un imán para todos los chicos. Pero ¿y si conoces a
alguien realmente especial?
–¿Qué, alguien como Tony? –bromeó Nesta.
La pobre Lucy se puso roja como un tomate. Tony es el hermano
mayor de Nesta y Lucy está enamoradísima de él.
–Me invitó a salir la semana que viene –anunció Lucy con timidez.
Nesta puso cara de preocupación.
–¿Y vas a ir?
–Claro que sí. Pero ya sé que no lo tengo que tomar muy en serio, le
gusta una chica distinta cada semana.
–No lo olvides –le advirtió Nesta–. Iz y yo tendríamos que consolarte
después.
–Sé cuidarme sola –replicó Lucy–. Pero ¿y tú, Iz? ¿Qué esperas de
un chico?
–¿Cuánto tiempo tienes? –le pregunté–. ¿Puedo preguntarle al público?...
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