Cathy Hopkins - Princesa de Portobello - Capitulo 1 , Parte 1
11:58 | 0 comentarios | capitulo 1, Cathy Hopkins, parte 1, princesa de Portobello
Nombre del libro: Princesa de Portobello
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1
Cathy Hopkins
Princesa
de Portobello
1
El tren del amor
–Nesta, ¿eres tú? —preguntó la voz de Lucy en el teléfono—. Te
oigo rara. ¿Dónde estás?
—En el baño, en el tren del infierno —gemí.
La oí reír. ¿Por qué a la gente siempre le parece gracioso cuando mi
vida se convierte en un desastre total?
—No, en serio. Es una pesadilla. Estamos parados en el medio de
la nada. Debería haber llegado a casa hace horas.
—Suenas como si estuvieses dentro de una cabina —dijo Lucy—.
Se oye mucho eco. Pero ¿qué haces en el baño? No te habrás quedado
encerrada, ¿verdad? —Echó a reír otra vez.
—Estoy aquí adentro —respondí, con tono ofendido—, para poder hablar
por celular sin que me escuche todo el vagón y porque esperaba un poco de
comprensión de alguien que se supone que es una de mis mejores amigas.
—Lo siento, Nesta. Pronto arrancará de nuevo.
—¿Qué estás haciendo?
—Mirando la tele. Están dando una repetición de The O.C. Más tarde
iré a casa de Izzie.
—Qué suerte. Ojalá estuviera con ustedes. Ya no soporto esto. Me
muero de aburrimiento.
—¿No tienes un libro?
—Ya lo leí.
—¿Una revista?
—Ya la leí.
—Llama a Izzie.
—Salió.
—Entonces ve a charlar con algún pasajero. Así el tiempo se te pasará
más rápido.
—Ni lo menciones. Tengo a la familia satánica sentada detrás de mí.
Recuérdame que nunca tenga hijos.
—¿No era que te gustaban los niños?
—Sí. Pero no podría comerme uno entero. Ja, ja. Francamente, es
horrible. Este niñito que tengo atrás me está volviendo loca. Patea mi
asiento, discute con su hermana, tiene un videojuego irritante que hace
un sonido como una sirena de policía. Y sus padres se quedan ahí sentados
como si fuera la criatura más adorable. Ojalá lo hicieran callar.
—Cámbiate de asiento. Es sábado. Ve a la primera clase y paga la diferencia.
¿Tienes dinero?
—Sí. Ya me cambié. Papá me dio dinero extra. Pero como es Pascua,
el tren está completo y no alcanzan los asientos, de modo que pasaron a
todo el mundo a primera clase. Además, no anda la calefacción. ¡Y tampoco
hay coche comedor! Ni siquiera puedo comprar una Coca. Deja
de reírte. No veo qué te causa tanta gracia.
—Perdóname, Nesta —respondió Lucy—. Es que te imagino escondida
en el baño. Tú, que vas a todos los sitios de moda.
—Sí, justamente. Muy gracioso. Ufa. Qué olor horrible hay aquí,
parece que alguien estuvo fumando a escondidas. Un momento, voy a
echar desodorante.
Saqué mi Calvin Klein y eché un poco al aire.
—Así está mejor. ¡Qué aburrida estoy, Lucy! Dime algo para entretenerme.
—Vuelve a sentarte y prueba un poco de esa meditación que hicimos
en la escuela.
—Ni me lo menciones. Eso es cosa de Izzie.
—Entonces, ¿cuándo estarás de vuelta?
—No lo sé. Nunca, según parece. Es obvio que me están castigando.
Me morí, fui al infierno y estoy atrapada en este tren con todos estos
locos por toda la eternidad.
—Qué dramática eres, Nesta. Llegarás muy pronto.
—Ojalá. Papá me dejó en Manchester a la una, y el viaje debía demorar
tres horas. Ya pasaron tres horas aquí arriba. Y ahora parece que hay un
desperfecto… aunque nadie nos informó qué pasa. ¿Qué hago?
—Eh… no sé. Ponte un poco de maquillaje.
—Buena idea —saqué mi portacosméticos y empecé a aplicarme un
poco de lápiz labial—. Ah, espera un momento —dije, cuando el tren
dio una sacudida hacia delante, con lo cual me quedó la mejilla atravesada
por una raya de lápiz labial—. Epa. Creo que arrancamos. Sí. Nos
movemos otra vez… Lucy, ¿Lucy…?
El celular se cortó, de modo que me miré al espejo y me cepillé un
poco el pelo. Me pregunté si debía hacerme una trenza. O quizá sería
mejor dejarlo suelto. Había un chico que se había pasado todo el viaje
observándome. Era bastante lindo. Dicen que uno de mis mejores rasgos
es el pelo: lo tengo largo hasta la cintura. Decidí dejármelo suelto.
Quería lucir bien cuando el chico del rincón decidiera avanzar. Seguramente
sólo era cuestión de tiempo.
Los pasajeros me observaban mientras regresaba del baño. Ya estoy
acostumbrada, porque la gente siempre me mira. Izzie dice que es porque
soy tan linda que me destaco entre la multitud, pero a veces pienso que
es también porque no logran descubrir de dónde soy. Veo sus cerebros
trabajando y trabajando para sacar de qué nacionalidad soy. En realidad,
mi papá es italiano y mamá es jamaiquina. A veces digo que soy
jamailiana o italina. Eso confunde mucho a la gente.
Sin embargo, últimamente viene bien eso de no ser fácil de identificar,
como cuando salgo con Lucy e Izzie y tenemos ganas de hacer locuras.
Simulamos ser estudiantes extranjeras. Yo finjo ser española o india.
Podría ser cualquiera de las dos cosas. Lucy simula ser sueca, porque
es rubia, tiene pómulos altos y sabe imitar el acento. Izzie, por alguna
razón, siempre se hace pasar por noruega, aunque con su pelo oscuro y
sus hermosos ojos es una irlandesa típica.
Mientras pasaba con esfuerzo entre pasajeros enfadados que estaban
sentados en el pasillo sobre sus maletas, se oyó un anuncio por
el altavoz.
—Pedimos disculpas por la demora y por la falta de asientos, pero ya
estamos en marcha nuevamente y llegaremos a Birmingham en unos
minutos. Sin embargo, debido a un problema con la locomotora, nos
quedaremos allí mientras los ingenieros la arreglan. Llegaremos a
Euston aproximadamente dos horas más tarde de lo previsto.
Un grito colectivo recorrió el tren, seguido de un coro de voces, pues
los pasajeros tomaron sus móviles y empezaron a hacer llamadas.
—Martha, estoy cerca de Birmingham. No sé a qué hora llegaremos.
Tomaré un taxi.
—Tom. Llegaré tarde porque se paró el tren. Te llamaré cuando
estemos más cerca.
—Gina. El maldito tren volvió a retrasarse. Te llamo más tarde.
Una y otra vez, la misma conversación se oyó en todos los vagones.
Entonces me di cuenta de que no encontraba mi asiento. Miré a los
demás pasajeros, pensando que quizá me había equivocado de vagón.
Pero no: allí estaba la familia satánica. Y el chico lindo del rincón. Ay,
no. Alguien había ocupado mi lugar. Una anciana de cabello blanco y
anteojos. Se había acomodado con un termo de té y un sándwich. No
podía pedirle que se levantara. Sería una maldad.
Miré alrededor pero no había más asientos. Bueno, tendré que quedarme
de pie, pensé. Dos horas y media. Qué alegría.
Pero los dioses se apiadaron de mí. Unos minutos después llegamos a
Birmingham y, aleluya, el hombre que iba sentado frente al chico lindo
se levantó para descender. El chico me miró y señaló con el mentón el
asiento frente al suyo. Fabuloso, pensé, y allá fui.
Cuando el tren se detuvo con una sacudida, perdí el equilibrio. Considerando
el día que estaba teniendo, lo que siguió parecía inevitable.
—Hola —me saludó el chico lindo, con una gran sonrisa, cuando
aterricé sobre su falda—. En realidad, me refería al asiento de enfrente.
Pero a mí no me molesta.
Me di cuenta de que pensó que me pondría de pie muy avergonzada,
entonces decidí ser más lista que él. Me quedé donde estaba un momento,
como si estuviera muy cómoda, y le dirigí una de mis mejores miradas
seductoras: la de la sonrisa y una ceja levantada.
Entonces sí me levanté.
—Sí. Quizás más tarde —respondí, sentándome frente a él....
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Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1
Cathy Hopkins
Princesa
de Portobello
1
El tren del amor
–Nesta, ¿eres tú? —preguntó la voz de Lucy en el teléfono—. Te
oigo rara. ¿Dónde estás?
—En el baño, en el tren del infierno —gemí.
La oí reír. ¿Por qué a la gente siempre le parece gracioso cuando mi
vida se convierte en un desastre total?
—No, en serio. Es una pesadilla. Estamos parados en el medio de
la nada. Debería haber llegado a casa hace horas.
—Suenas como si estuvieses dentro de una cabina —dijo Lucy—.
Se oye mucho eco. Pero ¿qué haces en el baño? No te habrás quedado
encerrada, ¿verdad? —Echó a reír otra vez.
—Estoy aquí adentro —respondí, con tono ofendido—, para poder hablar
por celular sin que me escuche todo el vagón y porque esperaba un poco de
comprensión de alguien que se supone que es una de mis mejores amigas.
—Lo siento, Nesta. Pronto arrancará de nuevo.
—¿Qué estás haciendo?
—Mirando la tele. Están dando una repetición de The O.C. Más tarde
iré a casa de Izzie.
—Qué suerte. Ojalá estuviera con ustedes. Ya no soporto esto. Me
muero de aburrimiento.
—¿No tienes un libro?
—Ya lo leí.
—¿Una revista?
—Ya la leí.
—Llama a Izzie.
—Salió.
—Entonces ve a charlar con algún pasajero. Así el tiempo se te pasará
más rápido.
—Ni lo menciones. Tengo a la familia satánica sentada detrás de mí.
Recuérdame que nunca tenga hijos.
—¿No era que te gustaban los niños?
—Sí. Pero no podría comerme uno entero. Ja, ja. Francamente, es
horrible. Este niñito que tengo atrás me está volviendo loca. Patea mi
asiento, discute con su hermana, tiene un videojuego irritante que hace
un sonido como una sirena de policía. Y sus padres se quedan ahí sentados
como si fuera la criatura más adorable. Ojalá lo hicieran callar.
—Cámbiate de asiento. Es sábado. Ve a la primera clase y paga la diferencia.
¿Tienes dinero?
—Sí. Ya me cambié. Papá me dio dinero extra. Pero como es Pascua,
el tren está completo y no alcanzan los asientos, de modo que pasaron a
todo el mundo a primera clase. Además, no anda la calefacción. ¡Y tampoco
hay coche comedor! Ni siquiera puedo comprar una Coca. Deja
de reírte. No veo qué te causa tanta gracia.
—Perdóname, Nesta —respondió Lucy—. Es que te imagino escondida
en el baño. Tú, que vas a todos los sitios de moda.
—Sí, justamente. Muy gracioso. Ufa. Qué olor horrible hay aquí,
parece que alguien estuvo fumando a escondidas. Un momento, voy a
echar desodorante.
Saqué mi Calvin Klein y eché un poco al aire.
—Así está mejor. ¡Qué aburrida estoy, Lucy! Dime algo para entretenerme.
—Vuelve a sentarte y prueba un poco de esa meditación que hicimos
en la escuela.
—Ni me lo menciones. Eso es cosa de Izzie.
—Entonces, ¿cuándo estarás de vuelta?
—No lo sé. Nunca, según parece. Es obvio que me están castigando.
Me morí, fui al infierno y estoy atrapada en este tren con todos estos
locos por toda la eternidad.
—Qué dramática eres, Nesta. Llegarás muy pronto.
—Ojalá. Papá me dejó en Manchester a la una, y el viaje debía demorar
tres horas. Ya pasaron tres horas aquí arriba. Y ahora parece que hay un
desperfecto… aunque nadie nos informó qué pasa. ¿Qué hago?
—Eh… no sé. Ponte un poco de maquillaje.
—Buena idea —saqué mi portacosméticos y empecé a aplicarme un
poco de lápiz labial—. Ah, espera un momento —dije, cuando el tren
dio una sacudida hacia delante, con lo cual me quedó la mejilla atravesada
por una raya de lápiz labial—. Epa. Creo que arrancamos. Sí. Nos
movemos otra vez… Lucy, ¿Lucy…?
El celular se cortó, de modo que me miré al espejo y me cepillé un
poco el pelo. Me pregunté si debía hacerme una trenza. O quizá sería
mejor dejarlo suelto. Había un chico que se había pasado todo el viaje
observándome. Era bastante lindo. Dicen que uno de mis mejores rasgos
es el pelo: lo tengo largo hasta la cintura. Decidí dejármelo suelto.
Quería lucir bien cuando el chico del rincón decidiera avanzar. Seguramente
sólo era cuestión de tiempo.
Los pasajeros me observaban mientras regresaba del baño. Ya estoy
acostumbrada, porque la gente siempre me mira. Izzie dice que es porque
soy tan linda que me destaco entre la multitud, pero a veces pienso que
es también porque no logran descubrir de dónde soy. Veo sus cerebros
trabajando y trabajando para sacar de qué nacionalidad soy. En realidad,
mi papá es italiano y mamá es jamaiquina. A veces digo que soy
jamailiana o italina. Eso confunde mucho a la gente.
Sin embargo, últimamente viene bien eso de no ser fácil de identificar,
como cuando salgo con Lucy e Izzie y tenemos ganas de hacer locuras.
Simulamos ser estudiantes extranjeras. Yo finjo ser española o india.
Podría ser cualquiera de las dos cosas. Lucy simula ser sueca, porque
es rubia, tiene pómulos altos y sabe imitar el acento. Izzie, por alguna
razón, siempre se hace pasar por noruega, aunque con su pelo oscuro y
sus hermosos ojos es una irlandesa típica.
Mientras pasaba con esfuerzo entre pasajeros enfadados que estaban
sentados en el pasillo sobre sus maletas, se oyó un anuncio por
el altavoz.
—Pedimos disculpas por la demora y por la falta de asientos, pero ya
estamos en marcha nuevamente y llegaremos a Birmingham en unos
minutos. Sin embargo, debido a un problema con la locomotora, nos
quedaremos allí mientras los ingenieros la arreglan. Llegaremos a
Euston aproximadamente dos horas más tarde de lo previsto.
Un grito colectivo recorrió el tren, seguido de un coro de voces, pues
los pasajeros tomaron sus móviles y empezaron a hacer llamadas.
—Martha, estoy cerca de Birmingham. No sé a qué hora llegaremos.
Tomaré un taxi.
—Tom. Llegaré tarde porque se paró el tren. Te llamaré cuando
estemos más cerca.
—Gina. El maldito tren volvió a retrasarse. Te llamo más tarde.
Una y otra vez, la misma conversación se oyó en todos los vagones.
Entonces me di cuenta de que no encontraba mi asiento. Miré a los
demás pasajeros, pensando que quizá me había equivocado de vagón.
Pero no: allí estaba la familia satánica. Y el chico lindo del rincón. Ay,
no. Alguien había ocupado mi lugar. Una anciana de cabello blanco y
anteojos. Se había acomodado con un termo de té y un sándwich. No
podía pedirle que se levantara. Sería una maldad.
Miré alrededor pero no había más asientos. Bueno, tendré que quedarme
de pie, pensé. Dos horas y media. Qué alegría.
Pero los dioses se apiadaron de mí. Unos minutos después llegamos a
Birmingham y, aleluya, el hombre que iba sentado frente al chico lindo
se levantó para descender. El chico me miró y señaló con el mentón el
asiento frente al suyo. Fabuloso, pensé, y allá fui.
Cuando el tren se detuvo con una sacudida, perdí el equilibrio. Considerando
el día que estaba teniendo, lo que siguió parecía inevitable.
—Hola —me saludó el chico lindo, con una gran sonrisa, cuando
aterricé sobre su falda—. En realidad, me refería al asiento de enfrente.
Pero a mí no me molesta.
Me di cuenta de que pensó que me pondría de pie muy avergonzada,
entonces decidí ser más lista que él. Me quedé donde estaba un momento,
como si estuviera muy cómoda, y le dirigí una de mis mejores miradas
seductoras: la de la sonrisa y una ceja levantada.
Entonces sí me levanté.
—Sí. Quizás más tarde —respondí, sentándome frente a él....
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