Nombre del libro: Besos Cósmicos
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección:Se Capitulo 1 , Parte 2



¿Ir mitad y mitad? ¿Llamar a una amiga?
–Última oportunidad –dijo Nesta–. Danos tu respuesta definitiva.
Tenía que pensarlo. ¿El chico perfecto?
–De acuerdo. Buen sentido del humor. Tiene que hacerme reír. Eh…
inteligente. No quiero un idiota sin sesos. Alguien con quien pueda
conversar y tener muchas cosas en común.
–¿Y buen mozo, seguramente? –preguntó Nesta.
–Sí. Un poco. Pero no quiero alguien súper lindo, porque me parece
que ésos son demasiado arrogantes…
–Como Tony –concordó Nesta, mirando intencionadamente a Lucy,
que no le hizo caso.
–Eh… disculpa –la interrumpí–. No terminé. Respuesta final para
el chico del millón. Buen sentido del humor. Inteligente. Generoso.
Aspecto decente. Buen trasero. Debe gustarle de verdad estar en compañía
de chicas. Uñas limpias, y por último…
–Rico –sugirió Nesta.
–Lindo –propuso Lucy.
–No –respondí–. Por último, pero no menos importante… debe
poder pararse de cabeza y cantar el himno nacional.
Lucy lanzó una carcajada.
–Estás loca, Izzie –dijo.
–Buena suerte –le deseó Nesta–. Es decir, en general me parece bien,
pero ¿uñas limpias? Creo que estás pidiendo demasiado, amiga.
–Izzie –llamó mamá frenéticamente desde abajo–. Llegó el auto.
Respiré hondo.
–¡Allá voy! Pregunta finalísima: ¿me veo bien? Con todo este verde,
¿necesito más negro en los ojos?
–Estás genial –respondió Lucy–. Luego cuéntanos cómo te fue.
–¿De acuerdo, Nesta? –pregunté.
Nesta rió.
–Bueno, digamos que cuando Amelia te vea, espero que el amor sea
realmente ciego.
–Si el amor es ciego –repliqué–, entonces el matrimonio le abrirá los
ojos.
–No me digas –dijo Nesta, al tiempo que se levantaba de la cama y
se dirigía a la puerta–. Vamos, Lu, antes de que la señora Foster la vea
y explote.
Lucy sonrió.
–Sí. Fue un gusto conocerte, Izzie.
Dicho lo cual, las dos salieron corriendo.
Mi plan de escandalizar a nuestra directora el lunes con mi pelo verde
tuvo corta vida. Apenas regresamos de la boda, mamá me llevó arriba
al cuarto de baño.
–Bien –dijo, con los dientes apretados–. Empieza a lavarte y no te
detengas hasta que tu pelo vuelva a la normalidad.
Me entregó el champú y esperé que se fuera, pero se quedó allí
mirándome, furiosa.
–No te bastó con avergonzarme delante de toda nuestra familia y nuestros
amigos –prosiguió–, sino que además le arruinaste el día especial a
Amelia. Y ¿cómo vamos a explicar por qué una de las damas de honor
casi no salió en las fotos de la boda?
–A mí no me habría molestado estar en las fotos –repuse.
–Pues a Amelia, sí. Estaba furiosa. Francamente, Isobel, opacaste a
la novia en el día de su boda.
–Yo no quise…
–Nunca piensas, ¿verdad? Habrías llamado la atención en todas las
fotos.
–Lo siento –dije, por millonésima vez.
–Y tampoco dejaré que vayas así a la escuela. Dios sabe qué pensarían
los profesores de nosotros y de qué clase de hogar vienes.
Iba a explicarle que muchísimas chicas tienen el pelo teñido y con
mechones más claros, pero sé reconocer la derrota, de modo que me
incliné bajo los grifos y empecé a lavarme.
Mamá seguía cerca mientras la bañera se llenaba de arroyos de tintura
verde. La oía suspirar por encima del ruido del agua. Decidí que
la mejor política era el silencio, de modo que seguí lavándome y luego
estiré el brazo para tomar una toalla.
–¡ESA NO! ¡Por todos los cielos, Isobel! –gritó mamá. Siempre me
llama por mi nombre completo cuando se enoja conmigo–. Con una
toalla blanca, no: se va a manchar. Te traeré una oscura.
A mamá le gustan mucho las toallas blancas. Una vez, después de que
me había lavado la cara, ella vino a mi dormitorio con la toalla que había
usado.
–¿Fuiste tú quien hizo esto? –me preguntó, señalando las manchas
de rímel–. Las toallas son para secarse, no para quitarse el maquillaje.
Ojalá comprara toallas normales de colores para poder usarlas sin
preocuparme, pero ella es así para todo. Nuestra casa está inmaculada.
Mamá está inmaculada. Siempre se pone unos trajes negros impecables
para ir a trabajar y, para estar en casa, unos pantalones también
impecables y suéteres de cachemira. Se recoge el cabello en un rodete…
impecable. Nunca tiene un pelo fuera de lugar. Nunca un raspón en los
zapatos. Nunca una mancha en la ropa. Su signo del zodíaco es Virgo.
Son súper perfeccionistas. Mamá limpia antes de que venga la mujer de
la limpieza, porque no quiere que piense que somos una familia sucia.
¿Para qué tener alguien que venga a limpiar si no se puede ensuciar?
Deseé que se fuera y me dejara terminar con mi cabello en paz, pero
no: se sentó en el borde de la bañera y me miró con severidad.
–Ahora, ¿me darás una explicación?
–Eh… me pareció que quedaba bien.
Suspiro. Suspiro más grande.
–No quise molestar a nadie… –empecé.
Era verdad. Pero sí había provocado toda una reacción. Estábamos
caminando hacia el altar y todos miraban a la novia entre suspiros de
admiración cuando, de pronto, me vieron y se hizo silencio. Luego la
gente apartó la mirada. Pero Amelia, no. Apenas me vio, supe que habría
problemas. Muchos problemas. Juro que vi salir humo debajo de su velo.
Mantuve los ojos en el altar y recé para que se calmara un poco en la
fiesta, después de algunos tragos. Pero no fue así. Se puso absolutamente
furiosa.
Mamá seguía mirándome, enojada, desde el borde de la bañera. Yo
no sabía qué más decir.
–Lo siento –agregué–. Te pido perdón.
–¿Perdón? Tú no sabes lo que significa esa palabra. Vete a tu habitación.
No soporto mirarte.
Me dirigí a mi dormitorio. Decididamente, estaba en problemas. Era
persona no grata. Otra vez.

Nombre del libro: Besos Cósmicos
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1



Cathy Hopkins
Besos cósmicos

1

La dama de horror
Lucy quedó boquiabierta al verme salir del cuarto de baño.
–¡Izzie, Dios mío! ¿Qué te has hecho? –exclamó.
–Es diferente –dijo Nesta.
Las dos me miraban como si saliera de una película de terror.
–¿Les gusta? –pregunté, dando una vueltita.
Era el día de la boda de mi aburrida hermanastra Amelia con el igualmente
aburrido Jeremy, y yo tenía que ser su dama de honor, junto
con mi otra hermanastra, Claudia. Como era de esperarse, Amelia
había elegido para mí un vestido horrible. De satén verde esmeralda.
Línea emperatriz. Espantoso.
Pero se me había ocurrido una idea.
–Tenía que hacer algo –expliqué–. Parecía la protagonista de una novela
de Jane Austen.
–Sí –dijo Nesta, anonadada–, pero ¿teñirte el pelo de verde?
–Está muy al tono –repuse, sonriendo–. ¿No te gusta?
–A mí me parece que le queda fabuloso –intervino Lucy–. Pero ¿y el
colegio? La señora Allen te matará.
–Bueno, el color se va con los lavados en una semana. Es sólo mousse.
Pero no se lo diré a mamá.
Me miré en el espejo de mi habitación.
–A mí me gusta, y creo que me lo dejaré al menos hasta el lunes.
–¿Tu mamá no te obligará a lavártelo? –preguntó Nesta.
–Estuvo ocupada toda la mañana y el auto llegará en cualquier momento,
de modo que, cuando me vea, será demasiado tarde.
Lucy rió.
–Pareces una irlandesa. Todo ese color esmeralda hace que tus ojos
se vean más verdes que de costumbre.
–En ese caso, mi abuela habría estado orgullosa, por eso de las raíces
irlandesas. ¿Entienden? ¿Raíces verde esmeralda?
Me miraron como si me hubiese vuelto loca.
–Las raíces del pelo, tontas.
–Más bien, se revolcará en su tumba –repuso Nesta–. No creo que se
le hubiera ocurrido nada parecido.
–Tal vez su fantasma se aparezca en la boda –sugerí–, y cuando llegue la
parte en la que el sacerdote pregunta: “¿Alguien tiene alguna objeción?”,
su figura se elevará hasta el techo gimiendo: “Sí, yo tengo una. Mi nieta se
tiñó su hermoso y largo cabello castaño de verde”.
Lucy y Nesta rieron.
–Pero, hablando en serio –proseguí–, ojalá ustedes también vinieran.
No es justo. A todos los demás les permitieron invitar amigos, al
menos a la fiesta. Pero supongo que, como son adultos, hay unas reglas
para ellos y otras para nosotros.
–Bueno, tal vez haya algunos chicos decentes –dijo Nesta–. Puedes
poner en práctica mis consejos de conquista.
–Ni lo sueñes. Me moriré de aburrimiento. Ni siquiera habrá baile.
Jeremy es contador y, como Amelia, viene de una familia de contadores.
Hasta mandaron hacer el pastel de bodas en forma de calculadora.
–¿Cómo es el vestido de ella? –preguntó Lucy, a quien siempre le
interesaba el estilo de todo. Piensa estudiar arte cuando termine la
escuela, y dedicarse a diseñar ropa.
–Grande, ampuloso. La hace enorme aunque es muy delgada. De
hecho, no sé cómo hará para subir al auto.
–Si yo me casara –dijo Nesta, reclinándose sobre los almohadones
como Cleopatra–, me vería fantástica. Claro que, para entonces, seré
famosa y habrá muchos reporteros, pues todas las revistas querrán
comprar las fotos de mi boda.
–¿Qué vestido te pondrías? –le preguntó Lucy.
–Algo más al cuerpo. Que marque la figura. Tal vez de seda color
marfil, sin espalda. Y usaría el pelo suelto, como ahora, hasta la cintura.
No recogido en uno de esos peinados horribles que eligen muchas
mujeres para casarse, que parece que tuvieran colmenas en la cabeza.
Además, llevaría un ramo sencillo, un par de lirios o algo así. Elegante.
Haría la ceremonia en el parque de mi mansión y vendrían estrellas de
rock y personajes famosos.
–Estarías deslumbrante con cualquier cosa que te pusieras –repuse,
observándola extendida sobre mi cama. Nesta es, sin duda, la chica más
linda de nuestra clase, si no de toda la escuela. Es mitad jamaiquina
y mitad italiana. Podría ser modelo, si quisiera, pero últimamente ha
decidido ser actriz.
Lucy también es bonita, pero de un modo distinto. Es menuda, tiene
cabello rubio rizado y parecía un duende, sentada con las piernas cruzadas
en su lugar preferido, sobre un puf que está en el suelo.
–Y tú, ¿qué te pondrías, Lucy? –le pregunté.
Lucy miró por la ventana con aire soñador.
–Creo que me gustaría casarme en invierno, en la nieve. Vestida
de terciopelo, con una capa. Y pimpollos de rosas blancas en el pelo.
Llegaría en un carruaje tirado por caballos y la iglesia estaría cubierta
de flores y de hiedra…
–Qué romántica eres, Lu –observé, riendo–. Mientras no sometas a
tus damas de honor a nada como esta monstruosidad que tengo que
ponerme yo...
–Nosotras podríamos ser las damas de honor, ¿no? –preguntó Nesta–.
Como somos tus mejores amigas...
–Claro, pero también me gustaría tener a Ben y a Jerry, pues son mis
otros mejores amigos –respondió Lucy.
–¿Qué? –exclamó Nesta–. ¿Perros en una boda?
–Sí, podrían ser parte del cortejo.
Nesta y yo tuvimos que sostenernos la barriga de tanto reír. La idea de
dos labradores gordos caminando hacia el altar con flores alrededor
del pescuezo era demasiado.
–Pues yo nunca me casaré –dije–. ¿Para qué? Hay tanta gente que se
separa un par de años después... Como mis padres. Una vez, oí a mi
papá hablando por teléfono y dijo que, en su opinión, el divorcio era
el modo que tiene la naturaleza de decirnos: “Te lo advertí”.
–Pero algún día podrías enamorarte –replicó Lucy–. Y entonces no
pensarás así.
–No creo. Ya tengo catorce años y aún no tuve un novio de verdad.
Nunca conocí a nadie que se acerque siquiera a lo que yo quiero.
–Pero ¿y si lo conocieras? –insistió Lucy.
–De acuerdo. Si lo conociera, lo cual no pasará, me pondría un
vestidito de látex rojo y llegaría al altar en patines, con un coro gospel
cantando y bailando en el fondo.
–Pero yo no sé patinar –protestó Lucy–. Y tengo que ser una de tus
damas de honor.
–No te preocupes. No va a pasar. No me veo enamorada.
Especialmente si me quedo por aquí. Todos los chicos son unos insulsos
totales.
–Bueno, yo esperaría muchísimos años para casarme –dijo Nesta–.
Quiero divertirme todo el tiempo que pueda. ¿Por qué conformarme
con una sola fruta cuando puedo probar toda la cesta?
–Eres una atrevida –la reprendió Lucy–. De todos modos, para ti
es fácil, pues eres un imán para todos los chicos. Pero ¿y si conoces a
alguien realmente especial?
–¿Qué, alguien como Tony? –bromeó Nesta.
La pobre Lucy se puso roja como un tomate. Tony es el hermano
mayor de Nesta y Lucy está enamoradísima de él.
–Me invitó a salir la semana que viene –anunció Lucy con timidez.
Nesta puso cara de preocupación.
–¿Y vas a ir?
–Claro que sí. Pero ya sé que no lo tengo que tomar muy en serio, le
gusta una chica distinta cada semana.
–No lo olvides –le advirtió Nesta–. Iz y yo tendríamos que consolarte
después.
–Sé cuidarme sola –replicó Lucy–. Pero ¿y tú, Iz? ¿Qué esperas de
un chico?
–¿Cuánto tiempo tienes? –le pregunté–. ¿Puedo preguntarle al público?...



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Nombre del libro: Cool Club
Autor: Lucile Kay
Editorial: V&R editorial
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Nombre del libro: Princesa de Portobello
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 2






—Ah. Bueno. De acuerdo. No hay problema —dijo, turbado—. Eh…
me llamo Simon. Hola.
—Fue muy romántico —les dije a las chicas más tarde ese mismo
día, mientras comíamos Pringles de cebolla y queso en casa de Izzie—.
Como en las películas. Me caí sobre sus rodillas. Si alguien filmara nuestra
historia, creo que me gustaría que el papel de él lo hiciera ese tipo
que hace de Ángel en Buffy.
Estábamos en el cuarto de Izzie. Finalmente, el tren había llegado a
Londres a las seis y media. Mamá me recogió y, apenas dejé mis cosas
en casa, le rogué que me dejara salir. Esto era urgentísimo. No sólo hacía
tres días completos que no veía a las chicas, sino que además tenía
tanto para contarles.
—¡Su historia! Pero si acabas de conocerlo —exclamó Lucy, bebiendo
un trago de Coca.
—Y, conociéndote —agregó Izzie—, probablemente te caíste sin
querer queriendo.
—No fue así —protesté—. El tren se sacudió.
Izzie puso una de sus caras de “no me digas”, pero Lucy era toda
oídos, pues es muy romántica.
—Cuéntanos todo —pidió, acomodándose en el puf violeta que
estaba en el suelo.
—Bueno, el resto del viaje pasó volando. No paramos de hablar.
Cuando nos dimos cuenta, estábamos entrando en Euston…
—¿Cómo se llama? —preguntó Lucy.
—Simon Peddington Lee. Vive en Holland Park y tiene dieciocho años.
—¿Cómo es? —preguntó Izzie.
—Alto, moreno y buen mozo. Hermosos ojos castaños.
—¿Qué hacía en el tren?
—Volvía de la Universidad de St Andrews. Está viendo si le gustaría
ir allá cuando termine el secundario. Decidí que quizá yo también vaya.
Ahora es el lugar.
—Allí estudió el Príncipe William, ¿no? —preguntó Lucy.
—Sí. Así que es muy elegante.
—¿A qué escuela va Simon ahora? —preguntó Lucy.
—A una privada. No recuerdo el nombre. Queda en Hampshire. Vive
en la escuela.
—¿Así que es un chico rico? —dijo Izzie, y agregó con voz tonta, en
tono esnob—: Peddington Lee.
—No es esnob ni estirado ni nada —repliqué, ignorándola—. Le dije
que yo también iba a una escuela privada.
—Pero, Nesta —exclamó Lucy—, eso es mentira.
—No lo es —repuse, riendo—. Nadie está privado de entrar en ella.
Además, creo que voy a cambiar mi nombre; yo también usaré doble
apellido. Podría ser Nesta Costello Williams, si usara el apellido de papá
y luego el de mamá. ¿O debería ser Nesta Williams Costello?
—Bueno, no te enredes tanto —respondió Izzie—. Sólo sé tú misma.
Nesta Williams suena bien.
—Nesta, la Diosa —rió Lucy.
—Pensé que se alegrarían por mí —rezongué, dolida—. Acabo de
conocer a alguien que me gusta.
—Claro que me alegro por ti —replicó Lucy—. Pero ¿estás segura de que
quieres salir con un chico que quizá se marche pronto?
—No se irá hasta el otoño. Apenas estamos en abril. Si, para entonces,
seguimos gustándonos, yo puedo ir a Escocia cuando termine la escuela.
—¿No era que querías ser actriz? —preguntó Izzie—. No creo que
enseñen arte dramático en St Andrews.
Eso no se me había ocurrido.
—Tal vez sí. De todos modos, creo que a nuestra edad es mejor mantener
todas las opciones abiertas.
Izzie lanzó una carcajada.
—Hablas como mi mamá, Nesta. Y ese chico, ¿quiere verte otra vez?
—Sí. Iremos a montar.
—¡A montar! ¿A caballo?
—Sí.
—Pero ¿alguna vez montaste a caballo?
—No, pero seguro que aprenderé enseguida.
Lucy e Izzie se miraron, preocupadas.
—Pero le dijiste que no sabes montar, ¿verdad? —dijo Lucy.
—Claro que no. No puede ser tan difícil.
—Ehh… Nesta… —empezó Lucy.
—No —la interrumpió Izzie—. Tendrá que darse cuenta sola…
El diario de Nesta
¿Sabes una cosa? J’ai un nouveau novio. Il s’appelle Simon
Peddington Lee y es un bombón. Ya me envió un mensaje de texto.
:->> Eso significa “una gran sonrisa”. Y “Nosvmos”.
Yo le respondí con un J)))) y “Salu2”.
Ojalá pudiera adivinar el futuro, porque creo que él puede ser
El Hombre. Hace muchísimo que no me gusta nadie. Y nunca estuve
enamorada. No de verdad. Él parece más adulto que todos los
perdedores con los que salí el año pasado, y tiene buenas piernas,
bien largas, y una boca très besable.
Rechazados desde mi llegada a London:
Robin: (Salimos una semana en septiembre.) Dulce pero aburrido.
Se queda con la mirada perdida creyéndose interesante,
pero parece un tarado total.
Michael: (2 citas en octubre.) Usa a la gente y besa mal, le gusta
morder.
Nick: (1 cita en diciembre.) Un asco. Usa demasiado gel en el pelo.
Tiene la extraña costumbre de lamerles las orejas a las
chicas. Desagradable.
Steve: (Enero) Me gustaba, pero era inmaduro y más bajo que yo.
Alan: (3 semanas en febrero.) Más o menos. Decía que quería
estudiar medicina y trató de meterme las manos debajo
de la ropa para examinarme. Patético.
Mi hermano Tony tiene nueva novia y aparentemente se dislocó
la mandíbula después de una sesión de besos. ¿Cómo lo hizo? No
sé si contárselo a Lucy o no. Debo averiguar cuál es su situación
actual, porque el año pasado estuvieron juntos. A las chicas siempre
les gusta Tony, pero él estaba muy enganchado con Lucy.
Izzie está experimentando una DSH (deficiencia en el sentido del
humor). No sé por qué, ya que está saliendo con Ben, el cantante
de King Noz, y está más contenta que nunca.
Estoy cansadísima. ZZZZzzzz
Nombre del libro: Princesa de Portobello
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1







Cathy Hopkins
Princesa
de Portobello
1
El tren del amor
–Nesta, ¿eres tú? —preguntó la voz de Lucy en el teléfono—. Te
oigo rara. ¿Dónde estás?
—En el baño, en el tren del infierno —gemí.
La oí reír. ¿Por qué a la gente siempre le parece gracioso cuando mi
vida se convierte en un desastre total?
—No, en serio. Es una pesadilla. Estamos parados en el medio de
la nada. Debería haber llegado a casa hace horas.
—Suenas como si estuvieses dentro de una cabina —dijo Lucy—.
Se oye mucho eco. Pero ¿qué haces en el baño? No te habrás quedado
encerrada, ¿verdad? —Echó a reír otra vez.
—Estoy aquí adentro —respondí, con tono ofendido—, para poder hablar
por celular sin que me escuche todo el vagón y porque esperaba un poco de
comprensión de alguien que se supone que es una de mis mejores amigas.
—Lo siento, Nesta. Pronto arrancará de nuevo.
—¿Qué estás haciendo?
—Mirando la tele. Están dando una repetición de The O.C. Más tarde
iré a casa de Izzie.
—Qué suerte. Ojalá estuviera con ustedes. Ya no soporto esto. Me
muero de aburrimiento.
—¿No tienes un libro?
—Ya lo leí.
—¿Una revista?
—Ya la leí.
—Llama a Izzie.
—Salió.
—Entonces ve a charlar con algún pasajero. Así el tiempo se te pasará
más rápido.
—Ni lo menciones. Tengo a la familia satánica sentada detrás de mí.
Recuérdame que nunca tenga hijos.
—¿No era que te gustaban los niños?
—Sí. Pero no podría comerme uno entero. Ja, ja. Francamente, es
horrible. Este niñito que tengo atrás me está volviendo loca. Patea mi
asiento, discute con su hermana, tiene un videojuego irritante que hace
un sonido como una sirena de policía. Y sus padres se quedan ahí sentados
como si fuera la criatura más adorable. Ojalá lo hicieran callar.
—Cámbiate de asiento. Es sábado. Ve a la primera clase y paga la diferencia.
¿Tienes dinero?
—Sí. Ya me cambié. Papá me dio dinero extra. Pero como es Pascua,
el tren está completo y no alcanzan los asientos, de modo que pasaron a
todo el mundo a primera clase. Además, no anda la calefacción. ¡Y tampoco
hay coche comedor! Ni siquiera puedo comprar una Coca. Deja
de reírte. No veo qué te causa tanta gracia.
—Perdóname, Nesta —respondió Lucy—. Es que te imagino escondida
en el baño. Tú, que vas a todos los sitios de moda.
—Sí, justamente. Muy gracioso. Ufa. Qué olor horrible hay aquí,
parece que alguien estuvo fumando a escondidas. Un momento, voy a
echar desodorante.
Saqué mi Calvin Klein y eché un poco al aire.
—Así está mejor. ¡Qué aburrida estoy, Lucy! Dime algo para entretenerme.
—Vuelve a sentarte y prueba un poco de esa meditación que hicimos
en la escuela.
—Ni me lo menciones. Eso es cosa de Izzie.
—Entonces, ¿cuándo estarás de vuelta?
—No lo sé. Nunca, según parece. Es obvio que me están castigando.
Me morí, fui al infierno y estoy atrapada en este tren con todos estos
locos por toda la eternidad.
—Qué dramática eres, Nesta. Llegarás muy pronto.
—Ojalá. Papá me dejó en Manchester a la una, y el viaje debía demorar
tres horas. Ya pasaron tres horas aquí arriba. Y ahora parece que hay un
desperfecto… aunque nadie nos informó qué pasa. ¿Qué hago?
—Eh… no sé. Ponte un poco de maquillaje.
—Buena idea —saqué mi portacosméticos y empecé a aplicarme un
poco de lápiz labial—. Ah, espera un momento —dije, cuando el tren
dio una sacudida hacia delante, con lo cual me quedó la mejilla atravesada
por una raya de lápiz labial—. Epa. Creo que arrancamos. Sí. Nos
movemos otra vez… Lucy, ¿Lucy…?
El celular se cortó, de modo que me miré al espejo y me cepillé un
poco el pelo. Me pregunté si debía hacerme una trenza. O quizá sería
mejor dejarlo suelto. Había un chico que se había pasado todo el viaje
observándome. Era bastante lindo. Dicen que uno de mis mejores rasgos
es el pelo: lo tengo largo hasta la cintura. Decidí dejármelo suelto.
Quería lucir bien cuando el chico del rincón decidiera avanzar. Seguramente
sólo era cuestión de tiempo.
Los pasajeros me observaban mientras regresaba del baño. Ya estoy
acostumbrada, porque la gente siempre me mira. Izzie dice que es porque
soy tan linda que me destaco entre la multitud, pero a veces pienso que
es también porque no logran descubrir de dónde soy. Veo sus cerebros
trabajando y trabajando para sacar de qué nacionalidad soy. En realidad,
mi papá es italiano y mamá es jamaiquina. A veces digo que soy
jamailiana o italina. Eso confunde mucho a la gente.
Sin embargo, últimamente viene bien eso de no ser fácil de identificar,
como cuando salgo con Lucy e Izzie y tenemos ganas de hacer locuras.
Simulamos ser estudiantes extranjeras. Yo finjo ser española o india.
Podría ser cualquiera de las dos cosas. Lucy simula ser sueca, porque
es rubia, tiene pómulos altos y sabe imitar el acento. Izzie, por alguna
razón, siempre se hace pasar por noruega, aunque con su pelo oscuro y
sus hermosos ojos es una irlandesa típica.
Mientras pasaba con esfuerzo entre pasajeros enfadados que estaban
sentados en el pasillo sobre sus maletas, se oyó un anuncio por
el altavoz.
—Pedimos disculpas por la demora y por la falta de asientos, pero ya
estamos en marcha nuevamente y llegaremos a Birmingham en unos
minutos. Sin embargo, debido a un problema con la locomotora, nos
quedaremos allí mientras los ingenieros la arreglan. Llegaremos a
Euston aproximadamente dos horas más tarde de lo previsto.
Un grito colectivo recorrió el tren, seguido de un coro de voces, pues
los pasajeros tomaron sus móviles y empezaron a hacer llamadas.
—Martha, estoy cerca de Birmingham. No sé a qué hora llegaremos.
Tomaré un taxi.
—Tom. Llegaré tarde porque se paró el tren. Te llamaré cuando
estemos más cerca.
—Gina. El maldito tren volvió a retrasarse. Te llamo más tarde.
Una y otra vez, la misma conversación se oyó en todos los vagones.
Entonces me di cuenta de que no encontraba mi asiento. Miré a los
demás pasajeros, pensando que quizá me había equivocado de vagón.
Pero no: allí estaba la familia satánica. Y el chico lindo del rincón. Ay,
no. Alguien había ocupado mi lugar. Una anciana de cabello blanco y
anteojos. Se había acomodado con un termo de té y un sándwich. No
podía pedirle que se levantara. Sería una maldad.
Miré alrededor pero no había más asientos. Bueno, tendré que quedarme
de pie, pensé. Dos horas y media. Qué alegría.
Pero los dioses se apiadaron de mí. Unos minutos después llegamos a
Birmingham y, aleluya, el hombre que iba sentado frente al chico lindo
se levantó para descender. El chico me miró y señaló con el mentón el
asiento frente al suyo. Fabuloso, pensé, y allá fui.
Cuando el tren se detuvo con una sacudida, perdí el equilibrio. Considerando
el día que estaba teniendo, lo que siguió parecía inevitable.
—Hola —me saludó el chico lindo, con una gran sonrisa, cuando
aterricé sobre su falda—. En realidad, me refería al asiento de enfrente.
Pero a mí no me molesta.
Me di cuenta de que pensó que me pondría de pie muy avergonzada,
entonces decidí ser más lista que él. Me quedé donde estaba un momento,
como si estuviera muy cómoda, y le dirigí una de mis mejores miradas
seductoras: la de la sonrisa y una ceja levantada.
Entonces sí me levanté.
—Sí. Quizás más tarde —respondí, sentándome frente a él....

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Nombre del libro: Pijama Party
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección:o Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 2





Me encogí de hombros y me volví hacia mi hermano, que me saludó
de lejos. No tenía sentido explicar nada, pensé, mientras caminaba hacia
Paul. Dave jamás entendería que, cuando estoy delante de un bombón
como él, Noola la Extraterrestre se apodera de mí. Ella no conoce muchas
palabras. Principalmente, palabras como ahyah, yuneuí y nisincia, que,
según creo, significan: “ah”, “sí” y “gracias”, en idioma extraterrestre.
–Hola, TJ –me saludó Paul, dándome un abrazo.
–Hola –respondí, y lo abracé también.
–Es un poquito viejo para ti, ¿no? –se burló Will, que pasaba en
bicicleta.
–Sal de aquí, degenerado –repliqué, mientras tomaba a Paul del brazo
y lo apartaba del gentío–. Es mi hermano.
Paul sonrió y miró a Will.
–Parece que estoy interrumpiendo algo.
–Ni lo pienses.
–Vamos, puedes contarme. ¿Alguien especial?
–Sólo los de siempre –respondí–. ¿Vienes a comer a casa?
–Sí –suspiró Paul y se pasó los dedos por el pelo–. Qué mala onda
tiene papá. Quise escaparme un rato y vine a buscarte.
–¿El Ogro sigue enojado contigo?
Paul asintió.
–Bastante. Por la forma en que no deja de regañarme, cualquiera
pensaría que asesiné a alguien y no que dejé la universidad. Pero tú
ya lo conoces.
¡Vaya si lo conocía! Noche y día, mamá y yo teníamos que escucharlo
hablar y hablar... Paul arruinó su vida. Paul desaprovechó una oportunidad
única. Paul desperdició su talento. Ojalá Paul fuera más parecido a
Marie. Él siempre fue un soñador. Todo le resultó demasiado fácil. ¿Qué
va a ser de él? ¿En qué nos equivocamos?
Y así seguía durante horas.
Es que papá es un importante asesor médico. Mamá es médica clínica.
Hasta mi hermana, Marie, es médica. El plan era que Paul se uniera al club,
que siguiera los pasos de la familia. Sólo que él nunca quiso eso. Paul
quería ser músico. Les siguió la corriente por un tiempo. Obtuvo buenas
calificaciones. Ingresó a la facultad de medicina. Cursó un año.
Hizo un fin de semana de autodescubrimiento en Londres y vio la luz
o algo así. Dejó la facultad. Se dejó crecer el pelo. Empezó a hablar con
la jerga de autoayuda. Se dedicó a estudiar medicina alternativa y rechazó
casi todo lo que papá representa. Ay.
Papá se volvió loco.
Mamá se puso triste.
Pero yo me alegro. No de que la esté pasando mal, claro. Me da pena
que reciba tantas críticas, pero es que papá espera que yo también estudie
medicina. Ajj, no gracias. Demasiada sangre. Yo quiero ser escritora, de
modo que espero que todo este problema con Paul prepare el camino
para cuando sea mi turno de caer en desgracia.
–Hablando en serio, parece que tienes muchos admiradores allá –observó
Paul, señalando la cancha de fútbol.
–No –respondí–. Los chicos nunca se interesan en mí.
–Pues a mí me parecían muy interesados.
–Sólo porque soy campeona de pulseadas –respondí, sonriendo–. Tenía
que ponerlos en su lugar después de que perdimos el partido esta mañana.
Paul me miró y suspiró.
–TJ, eres imposible. Abre los ojos y huele las hormonas, nena. Debes
de ser la chica más linda del equipo.
–¿Yo, linda? No me digas. Déjate de bromas.
–No es broma –repuso, y tiró de mi trenza.
–Sólo lo dices porque eres mi hermano.
–No –insistió–. Siempre estás menospreciándote. No te das cuenta de
lo hermosa que eres.
–Ahora sí que estás bromeando. Ni en sueños podría conquistar a
un chico.
–¿Lo has intentado?
Me encogí de hombros.
–Eh… no sé. En realidad, no. Pero… lo que pasa es que, o me pongo
a hablar como una extraterrestre, o me vuelvo mandona y empiezo a
corregirles la gramática. Vamos, ¿cómo voy a conquistar a alguien así?
O, si no, los aterrorizo con mi fuerza sobrehumana. Ya sabes, los humillo
ganándoles en las pulseadas. No es muy femenino. Es que nunca me
sale bien.
–Ya lo lograrás, TJ –dijo Paul con suavidad.
–Pero ¿cuándo? La mayoría de las chicas de mi año tienen los labios
paspados de tanto besar chicos. ¿Y yo? Lo único que tengo son raspones
donde algún chico me pateó jugando al fútbol. No tengo remedio.
Hannah era muy buena con los muchachos. Les gustaba mucho.
Paul me miró, preocupado.
–Lamento lo de Hannah. Mamá me lo contó. ¿Cuándo se fue?
–Hace dos semanas –respondí, y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Aún me dolía su partida, pero estaba decidida a no llorar como un bebé
delante de Paul. Hannah era mi mejor amiga. Y acababa de mudarse a
Sudáfrica. Sí, Sudáfrica. No es precisamente un lugar adonde puedes llegar
en autobús cuando tienes ganas de charlar. La extrañaba muchísimo.
–Pronto encontrarás nuevas amigas –dijo Paul.
Aaaayy. Si alguien más me dice eso, creo que voy a gritar. De hecho,
si Paul no fuese mi hermano, le habría dado un puñetazo. La gente no
entiende. Dice: “Pronto encontrarás nuevas amigas”, como si se pudiera
ir a comprarlas al supermercado.
–Yo no quiero nuevas amigas –repliqué–. Quiero que vuelva Hannah.
Hannah era única. Divertidísima. Sabía que nunca más conocería a
alguien así. Era ella quien le había puesto a mi padre el apodo de “el
Ogro”. Y si estábamos juntas, los chicos nunca se daban cuenta de que
me quedaba muda o decía idioteces: Hannah parloteaba por las dos.
Podía esconderme tras ella y ellos no se daban cuenta de que en realidad
me paralizaba la timidez.
Al doblar la esquina de nuestra cuadra, casi nos topamos con el Sr.
Kershaw en la acera, frente a nosotros. Estaba paseando a su perro,
Drule. O, mejor dicho, Drule estaba paseándolo a él. Drule es un ovejero
alemán enorme, y al Sr. Kershaw le estaba costando contenerlo.
–Está ansioso por llegar al parque –explicó, sonriendo, mientras Drule
tironeaba hacia adelante.
Reí y me encaminé a nuestro portón, pero Paul me detuvo.
–En realidad, TJ, no entres todavía. No vine sólo para acompañarte
a casa. Tengo algo que decirte.
–¿Qué cosa?
Al verlo pasar el peso de un pie al otro, algo me dijo que no me iba a
gustar lo que quería decirme.
Nombre del libro: Pijama Party
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1








1
Noola, la
extraterrestre

–Somos los campeones, somos los campeones –cantó un chico estúpido
del otro lado de la ventana del vestuario de las chicas.
–Pobrecitos –dijo Melanie Jones, mientras se frotaba las piernas con
una loción que tenía aroma a fresas–. Les ganamos tres semanas seguidas,
y por una vez que ganan, se creen los mejores.
–Sí –respondí, al tiempo que me recogía el pelo hacia atrás y me hacía
una trenza–. Lo de hoy –proseguí, levantando la voz para que el Chico
Estúpido me oyera– no fue más que un tropiezo en el excelente desempeño
de nuestro equipo.
–Sí –concordaron al unísono mis compañeras, que estaban cambiándose
después del partido de fútbol.
–Estuvieron muy pésimas –replicó de un grito el Chico Estúpido.
Metí mis cosas en el bolso y salí al sol deslumbrante de junio. Allí
estaba el Chico Estúpido, es decir, Will Evans, arquero del equipo de
los varones.
–¿Me hablas a mí? –le pregunté.
Will trató de enfrentarme de igual a igual, lo que no era fácil pues yo mido
un metro setenta y tres y él apenas llega a un metro sesenta y cuatro.
–Sí –respondió a la altura de mi nariz.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–En ese caso, ¿te importaría usar bien la gramática? Se dice “estuvieron
pésimas”, no “muy pésimas”.
Will se ruborizó y los chicos que lo rodeaban empezaron a burlarse.
Me sacó la lengua.
–Ay –dije, bostezando–. Qué miedo.
A esa altura, la mayoría de las chicas del equipo habían terminado
de cambiarse y habían salido a ver qué pasaba. Siempre era lo mismo.
Todos los sábados, después del partido, el juego continuaba fuera de la
cancha. A menudo las chicas bombardeaban a los muchachos con globos
llenos de agua de los grifos del vestuario.
Levanté mi bolso para irme a casa. En las últimas semanas me había
aburrido de todo eso. Estaba segura de que tenía que haber una mejor
manera de llamar la atención de un muchacho que arrojándole agua.
El caso es que era sábado y eso significaba almorzar con mis padres.
Papá insiste en que comamos juntos “en familia” en aquellas raras
ocasiones en que no está trabajando. ¿Qué familia?, pienso yo. No es
que tenga cientos de hermanos. Sólo Marie, que tiene veintiséis y vive
en Southampton, y Paul, que tiene veintiuno y estuvo estudiando en
Bristol.
–Hey, Watts –llamó Will.
–Me llamo TJ –repliqué, volviéndome.
–¿TJ? ¿Qué clase de nombre es ése? –se burló Mark, otro de los chicos
del equipo–. TJ. TJ.
Traté de pensar alguna respuesta inteligente.
–Es mi clase de nombre –respondí, a falta de algo mejor.
No quería explicar la verdadera razón. Nunca dejarían de burlarse. Mi
nombre completo es Theresa Joanne Watts. ¡No puede ser más aburrido
y femenino! Pero Paul me llama TJ desde que yo era bebé, y el apodo
quedó. Mucho mejor que Theresa Joanne. Pero no pensaba explicarles
todo eso a los tontos de la secundaria St Joseph. Si se enteraban de que
odio mi verdadero nombre, me llamarían así siempre.
–De acuerdo, TJ. Tú y yo –dijo Will, señalando una mesa de picnic
que había junto a la cancha–. Allá. Una pulseada.
Eso sí era tentador. La pulseada era mi mayor talento.
Miré mi reloj. Tenía tiempo.
–De acuerdo, Evans. Prepárate a morir.
Ocupamos nuestros puestos, uno frente al otro a la mesa, y los dos
acomodamos los brazos, apoyando los codos. Apenas nos aferramos las
manos, una pequeña multitud se congregó en torno a nosotros.
–Preparados –dijo Mark–, listos, YA.
Empezamos a pulsear y me esforcé por mantener el antebrazo
derecho.
–Vamos, TJ –exclamaban las chicas.
–Fuerza, Will –alentaban los muchachos.
–TJ, te busca un tipo frente al vestuario de los chicos –dijo Dave, el
capitán del equipo de los varones, que llegaba en ese momento.
–Buen intento –respondí, sin levantar la vista. No pensaba perder la
concentración por el truco más viejo de todos. Además, Dave era buenmocísimo,
y yo siempre decía o hacía alguna estupidez cuando había
alguno de esa especie cerca. Me obligué a concentrarme. Los que nos
rodeaban empezaban a entusiasmarse al ver que mi brazo seguía firme
y el de Will empezaba a debilitarse.
–Muéstrale, TJ –dijo una de las chicas.
Sentí que la fuerza empezaba a fallarme cuando Will volvió a la carga
y mi brazo flaqueó. Entonces apelé a toda mi energía y ¡bam!, el brazo
de Will quedó contra la mesa.
–¡Viva! –exclamaron las chicas, y luego se pusieron a cantar–. Somos las
campeonas. Somos las campeonas. Las Campeonas de Europa.
–Chicas estúpidas –rezongó Will, frotándose la mano y dirigiéndose
a quitar el candado a su bicicleta–. No importa: nosotros ganamos el
partido y eso es lo que cuenta. Ahí tienen.
–¡Qué infantil eres! –repuse, y me alejé.
–De veras hay alguien que te busca, TJ –dijo Dave, al tiempo que me
alcanzaba y me ponía una mano en el hombro.
Cuando me volví y miré sus ojos azules, el estómago se me llenó de
mariposas.
–No lo dije para distraerte. Allá está, ¿lo ves? –prosiguió–. Un hippie
de pelo oscuro y arete.
Miré hacia donde señalaba y allá estaba mi hermano Paul, a poca
distancia.
–Nisincia –dije a Dave, que me miró confundido.


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Nombre del libro: Estoy sola... ¿Y qué?
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 2




...Come, bla bla bla, pero mi fantasía secreta es que una tarde al volver a
casa descubro que hay patitas de pollo, hamburguesas de carne y patatas
fritas. Es gracioso, porque la fantasía de Izzie es comer como nosotros.
Le fascina la comida naturista, el tofu, la soja y la quinoa. A veces
pienso que deberíamos cambiar de padres. A Izzie le encantaría vivir
aquí; de hecho, casi lo hace, pues viene muy a menudo. A mí me gusta
vivir aquí, pero en cambio, mataría por cenar en casa de Nesta. Su papá
es italiano y prepara unos platos de pastas espectaculares, y su mamá es
caribeña y hace un pescado con especias y guisantes que es una delicia.
Lo asombroso es que Nesta es delgada como un espárrago. Creo que,
si yo viviera en su casa, estaría gordísima, así que tal vez sea bueno que
tenga padres extraños que preparan comidas raras.
De pronto, se me ocurrió un buen propósito para las vacaciones.
–Mamá, ¿y si este verano yo preparo la cena algunas veces?
–Me parece una buena idea –respondió, con una gran sonrisa.
–¿Puedo traer los ingredientes también?
–Claro –dijo mamá.
Justo en ese momento, sonó el teléfono.
–¿Lo que yo quiera? –le pregunté, mientras salía al vestíbulo y levantaba
el auricular. Era Tony.
–Hola –dijo–. ¿Qué harás más tarde?
–Nada –respondí–. Nada durante seis semanas enteras. Hoy terminamos
las clases.
Decidí no mencionarle la tarjeta. Quería que fuera una sorpresa cuando
la recibiera por la mañana.
–¿Tienes ganas de que nos veamos? –preguntó–. Quería hablar
contigo.
–¿Sobre qué?
–Por teléfono, no. Te veo en Raj’s. Highgate. En media hora.
–Espera, le preguntaré a mamá –dije, y tapé el tubo con la mano–. ¿Puedo
salir un rato? No volveré tarde, lo prometo. A la vuelta, lavaré los platos.
–¿Cómo puedo negarme, si me lo pides así? –respondió mamá–. Te
dejaré la cena en el horno.
–Nos vemos en media hora –le dije a Tony.
Colgué el teléfono con una expectativa deliciosa. Yo sabía lo que quería
decirme. Él siente lo mismo que yo y quiere definir las cosas, pensé,
mientras corría a mi habitación y me ponía mis jeans y una camiseta.
Un toque de brillo labial, un poco del perfume Angel que me regalaron
las chicas para mi cumpleaños, y corrí a tomar el autobús a Highgate.
Estaba entusiasmada. Durante el viaje decidí que lo dejaría hablar y me
mostraría indiferente; le diría: “No sé, tengo que pensarlo”. Y por la
mañana, recibiría mi tarjeta y vería que yo también quería lo mismo.
Todo estaba saliendo a la perfección.
Cuando llegué a Raj’s, él ya estaba en el primer piso, sentado en el rincón,
leyendo uno de los libros antiguos que hay en los estantes. Cuando
entré, levantó la vista y sonrió y, como me pasa siempre que lo veo, mi
estómago dio un vuelco.
–Te cortaste el pelo –observé.
–Se llama corte francés. ¿Te gusta?
Sí. El cabello tan corto no les queda bien a muchos chicos, pensé. Hay
que tener lindos rasgos y buena forma de cabeza. Claro que Tony tenía
ambas cosas. La belleza le viene de familia. Nesta es fácilmente la
chica más bonita de nuestra escuela, y es probable que Tony sea el
más apuesto de la suya. Moreno, con ojos pardos como adormilados
y pestañas largas.
–Podéis tomar asiento –dijo, sonriendo, mientras me acomodaba. Yo
también sonreí. Siempre decíamos eso, pues todos los asientos son viejos
bancos de iglesia y parece que uno estuviera en misa–. ¿Quieres té
o algo frío?
–Una Coca estaría bien –respondí, mirando alrededor. Me alegré de
que hubiera elegido este lugar para encontrarnos. Es el preferido de TJ,
y mío también. Ella dice que, cuando viene aquí, se siente como si estuviera
en el pasado, por la decoración. Es distinto de todos los otros cafés
de la zona: tiene carácter propio, con bancos de iglesia, mesas pesadas de
madera y estantes cargados de libros interesantes.
–¿Qué estás leyendo? –le pregunté.
Tony señaló los estantes.
–Un libro antiguo de historia. Aquí tienen una colección muy rara,
desde libros de cocina hasta Dickens. Pero todos parecen viejísimos.
–Igual que los adornos –dije, indicando una estatua descascarada
de un marajá indio que estaba en el rincón, por encima de la cabeza de
Tony. La habían acomodado junto a una estatua de Buda–. De hecho se parece un poco a la sala de mi casa, con un montón de cosas que no hacen juego.
–Sí –respondió Tony, observando dos trompetas de bronce que colgaban
del cielorraso–. Es bastante loco. Pero creo que por eso mismo
me gusta.
Pasamos algunos minutos conversando sobre todos los objetos extraños
que veíamos: las muñecas rusas y el avestruz de juguete que había
en un estante, los flamencos de bronce y los elefantes de cerámica
en otro, las viejas fotos en sepia colgadas de la pared, mezcladas con
unos dibujos en tinta enmarcados. Me sentía tan cómoda, sentada allí
con él, que pensé que iba a ser difícil no contarle sobre mi tarjeta y mi
decisión.
–Bueno, ¿querías hablarme de algo? –le pregunté, por fin.
–Eh, sí –respondió Tony, mientras el chico que atendía el mostrador
dejaba su computadora y se acercaba a tomar nuestro pedido–. Pero antes,
dime cómo estás. Así que terminaron las clases, ¿no?
– Sí. Es la mejor sensación del mundo.
–Y ¿qué vas a hacer en las vacaciones?
Lo que yo había pensado. Iba a invitarme a salir con él.
–Bueno, no tengo planes definidos –respondí, mirándolo a los ojos de
un modo que me pareció significativo–. ¿Tienes alguna idea?
Tony se encogió de hombros.
–En realidad, no. Es decir, Lucy... ¿Cómo puedo decirte esto…?
Tuve un impulso de tomar su mano, explicarle que ya sabía lo que
quería decirme y que yo sentía lo mismo. Pero Nesta me había entrenado
bien. Mantente indiferente. No seas demasiado fácil.
Tony respiró hondo.
–El caso es, Lu, que… bueno, hace mucho que estamos saliendo de
a ratos y quisiera definir las cosas entre nosotros. No es justo para ti ni
para mí. Tenemos las vacaciones por delante y es como un nuevo capítulo,
para los dos, entonces… nada, pienso que, eh… quizás deberíamos
empezar de cero.
–¿Empezar de cero? ¿Qué dices? –no lo entendía.
–Bueno, no es que seamos novios, ¿verdad? Nunca lo hemos sido en
realidad.
–No. No, claro que no.
¿Acaso iba a pedirme que lo fuéramos ahora?
–Y estuve pensando –prosiguió Tony–, ¿y si, por ejemplo, tú conoces
a alguien durante las vacaciones, o si yo conozco a alguien? Es confuso.
Es decir, nuestra situación… tú y yo. Bueno, no estamos libres pero
tampoco estamos realmente comprometidos.
–No, es verdad.
–Entonces, ¿qué te parece? –preguntó.
–No sé si te entiendo –respondí–. ¿Estás diciendo que quieres comprometerte
o que quieres salir con otras chicas?
Tony cambió de posición, incómodo.
–Que quiero ser libre –dijo, por fin.
–¿Estás dejándome? –le pregunté.
–No. No, claro que no; ¿cómo puedo dejarte si nunca fuimos realmente
novios?
–Pero…
Extendió la mano para tomar la mía, pero la aparté. Me sentía dolida.
Confundida.
–Mira, Lucy, no es que nunca te haya invitado a salir; es que siempre
me rechazabas.
–Entonces no sabía lo que sentía –murmuré–. No estaba rechazándote,
sino…
–No estoy dejándote. Estoy poniendo las cosas en claro, para
que los dos sepamos dónde estamos parados. Podemos seguir siendo
amigos.
¿Amigos? Yo sabía muy bien lo que significaba esa frase “Podemos
seguir siendo amigos”. Quiere decir: se acabó. Fin. Yo no quería que
fuéramos amigos. No quería enterarme de que era más que amigo de
otra chica. Miré su boca ancha y sensual. Ya no podría besar esa boca.
Sentí que los ojos me ardían. Estaba a punto de llorar, pero no iba a
hacerlo allí. No quería que viera lo mal que me sentía.
–Tengo que irme –dije, y me puse de pie.
–Pero ¿y tu Coca? –lo oí preguntar, mientras llegaba a la puerta y
bajaba la escalera a los tropezones.
–Tómala tú –murmuré por encima de mi hombro. Un solo pensamiento
ocupaba mi mente mientras corría a casa. Tengo que llamar a
Nesta para que mañana reciba al cartero antes de que Tony vea esa tarjeta
estúpida, estúpida, estúpida.
Nombre del libro: Estoy sola... ¿Y qué?
Autor: Cathy Hopkins.
Editorial: V&R editorial
Colección: Amigas y Amores.
Sección: Capitulo 1 , Parte 1







Cathy Hopkins

Estoy sola...

¿y qué?

Vacaciones de verano

–É sta debe ser la mejor sensación del mundo –dije a Nesta mientras

salíamos de la escuela el último día de clases.

–Sí –respondió–. Seis semanas sin la señorita Watkins... Seis fabulosas

semanas con Simon antes de que se vaya a la universidad.

–Y, para mí, seis semanas con Ben –agregó Izzie, tomando a Nesta del

brazo–. Ahora que tendremos tiempo, vamos a trabajar en un montón

de canciones para la banda.

–Y supongo que a ti te veremos mucho por casa –le dije a TJ. Hace

algunas semanas que sale con mi hermano mayor, Steve, y los dos están

completamente enamorados.

–¿Y tú, Lucy? –preguntó Nesta–. ¿Por fin le darás una oportunidad

a mi hermano? Llevas meses evitándolo. No creo que su ego pueda soportar

mucho más.

¿Seis semanas con Tony? La idea era atractiva y pensé que ya estaba

lista para tener una relación “de verdad” con él. Hacía muchísimo que

nos gustábamos y habíamos salido por un tiempo este año, pero decidí

terminar porque me parecía que estábamos yendo demasiado rápido.

Después de eso, hubo mucha onda entre nosotros cada vez que lo veía en

casa de Nesta, y volvió a invitarme a salir algunas veces, pero yo siempre

decía que no. No era que no quisiera salir con él. Es guapo, divertido

y me encanta su compañía; es sólo que tiene cierta reputación en

cuanto a las chicas. Nesta me había advertido que llegó a salir con una

distinta cada semana. Dice que le gusta perseguirlas, y las deja apenas

se muestran interesadas. Entonces yo tenía que andar con cuidado; si

no, ya estaría en su larga lista de ex novias y corazones rotos. Pero hacía

casi nueve meses ya que nos conocíamos y él seguía intentándolo,

diciéndome que era la única, el amor de su vida. Pensé: puedo confiar

en que no va a tratarme mal.

Sonreí y saqué un sobre de mi mochila.

–Lo sé –respondí–. Últimamente he estado pensando mucho en él. Y

tomé una decisión.

–¿Cuál es? –preguntó Nesta.

–Le escribí una tarjeta. Le digo que basta de dar vueltas. Que me gusta

mucho y que quiero estar con él.

–Ya era hora –dijo TJ–. No sé cómo pudiste aguantar tanto. Creo que

yo habría caído rendida a sus pies en la primera invitación –luego su

rostro se ensombreció–. Eh… quiero decir, no me refiero a que te lo robaría

ni nada; sólo digo que me parece súper lindo.

Le di un apretón cariñoso en el brazo.

–Te entiendo, TJ. Pero a los chicos como Tony les gustan los desafíos.

–Bueno, ¿cuánto hace? –preguntó–. ¿Ocho… nueve meses que vienes

haciéndolo sufrir? Eso me parece suficiente desafío para cualquier

chico.

–Apenas puedo creerlo –dijo Izzie–. El año pasado, ninguna de nosotras

tenía novio. Y este año, todas tenemos.

–Aún no es seguro –objeté.

–El año pasado, a esta altura, ni siquiera me habían dado un beso

–recordó TJ.

–Y ahora, no hay quien te detenga –bromeó Nesta–. Eres la Reina del

Beso del norte de Londres.

Hace un año, a mí tampoco me habían besado. Tony fue el primero.

Ésa era otra razón por la cual yo quería ir despacio. Para no atarme

al primer chico que había besado. Quería probar con otros y ver cómo

eran. Ya he conocido a otros. Nadie importante ni ninguna relación seria.

De hecho, ninguno se pudo comparar a Tony. Él sigue provocando

en mí el mismo efecto cada vez que lo veo. Me da un vuelco el estómago,

me pongo toda acalorada y me ruborizo.

–No estarás haciendo esto sólo para no ser la única distinta, ¿verdad?

–preguntó Izzie, señalando mi carta.

–Es que sí lo soy –bromeé–. Todas ustedes son altas, morenas y tienen

el pelo largo; y yo soy bajita, rubia y de cabello corto.

–No. Yo soy la distinta –insistió Nesta–. Soy la única de piel oscura.

–No, yo soy la… –empezó TJ.

–Me refería a la única que no tiene novio –interrumpió Izzie.

–No, claro que no –respondí–. Creo que ya estoy lista y quiero ver

qué pasa. En verdad, quizás estaba evitándolo por miedo al rechazo. Ya

saben cómo es él…

Izzie asintió.

–Sí, y tienes razón. No puedes dejar que el miedo te detenga.

–Estoy leyendo un libro –comentó TJ–. De un tipo llamado D.H.

Lawrence; es sobre una señora rica que se enamora de su jardinero.

–Ah, ¿una novelita romántica? –preguntó Nesta.

Reí. Era típico de Nesta. Su idea de la lectura consiste en hojear las

revistas de chimentos. TJ, en cambio, lee todo; pero libros de verdad.

Por eso se lleva bien con mi hermano Steve. Él también es un intelectual.

–Eh, no, no de ésas –respondió TJ–, pero sí es una historia de amor.

Se llama El amante de Lady Chatterley. El caso es que dice algo que me

gusta mucho. ¿Quieren oírlo?

Todas asentimos.

–No recuerdo las palabras exactas –dijo– porque no lo anoté, pero

dice algo como: “Es mejor una vida de riesgo y oportunidad que una

vejez de vanas lamentaciones”.

–Sí, genial –dijo Nesta–. Estoy de acuerdo. En la vida, no se logra

nada si no se intenta.

–Siente el miedo y hazlo de todos modos –acotó Izzie, citando el título

de su libro de autoayuda preferido.

–Y ¿qué le escribiste en la tarjeta? –preguntó Nesta.

–Eso es asunto de Lucy –la reprendió Izzie–. No seas tan entrometida.

Nesta puso cara de ofendida y le sacó la lengua a Izzie.

–No se lo pregunté por metida. Sentí el miedo y lo pregunté de todos

modos. Uno no averigua nada si no pregunta lo que quiere saber. Entonces…

Lucy, cuéntanos lo que le dijiste.

Yo me sabía la nota de memoria, porque la había reescrito muchas veces.

Quería que sonara bien: romántica pero no empalagosa, algo que él

pudiera conservar como recuerdo.

–La escribí como uno de esos poemas japoneses –respondí–, ¿se acuerdan?

Los que tienen apenas tres líneas, que vimos el trimestre pasado en

clase de Lengua. Los haikus.

–Salud –dijo Nesta.

–No –repuse–. Los poemas. Se llaman haikus.

–Como sea –insistió Nesta–. Entonces, ¿qué le escribiste en tu estornudo?

–“No estoy cambiando, sólo reacomodando, mi vida para estar

contigo.”

–Ahh –dijo TJ–. Qué dulce.

–Sí –dijo Izzie–. Deberías venir a ayudar a la banda con las letras.

¿Qué más le escribiste?

–Le puse: “Perdón por hacerte sufrir este último año, pero ahora estoy

lista. Sé que tenemos algo realmente especial y quiero intentarlo.

Llámame”. No quería sonar pesada, ¿saben?

–Me parece perfecto –opinó TJ.

Respiré hondo y, al pasar por un buzón de correos, eché la tarjeta

–Lady Chatterley y yo. Nada de vejez de vanas lamentaciones para

nosotras. Le puse una estampilla de envío expreso, así que debería recibirla

mañana por la mañana. Uf… Ya no puedo echarme atrás.

–Todo saldrá bien –dijo TJ–. Creo que harán una pareja fabulosa y podremos

hacer muchas cosas juntos: jugar al tenis, ir al cine. Será genial.

–Bien –dijo Izzie–, entonces lo de Lucy ya está resuelto. Pero los

chicos no son todo en la vida. Pongámonos otras metas para las vacaciones.

Típico de Iz. Siempre se está fijando objetivos, e insiste en que nosotras

hagamos lo mismo. Dice que es importante pensar en lo que se

quiere en la vida, y luego visualizar que se cumpla. Yo ya “visualicé” mis

vacaciones con Tony, divirtiéndonos mucho. Mi primera relación seria.

Sería excelente. Basta de preocuparme por conseguir un chico o averiguar

dónde buscarlo. Y si realmente me gustó o si yo le gusté. ¿Llamará

o debo llamarlo yo...? Vendría bien un poco de estabilidad para todas

nosotras. Podríamos simplemente pasarlo bien juntas, salir en parejas y

no tener que preocuparnos porque alguna esté sola.

–¿Y bien? –preguntó Izzie, mirándonos a todas, cuando llegamos a la

parada del autobús. Cuando Iz emprende una de sus campañas de autosuperación,

no hay discusión posible–. Vamos. ¿Buenos propósitos para

las vacaciones de verano?

–Los propósitos son para Año Nuevo –protestó Nesta, echándose el

pelo hacia atrás–. Se hacen el primero de enero y se abandonan alrededor

del diez.

–De acuerdo, yo tengo cuatro –dije–. Primero: pasar con ustedes el

mayor tiempo posible. Segundo: ya lo saben: Tony et moi. Tercero:

dejar de ruborizarme.

–A mí me encanta que te ruborices –intervino TJ–. Es muy dulce.

–Noooo –repliqué–. Es horrible. Me siento estúpida y todos me miran

como si fuera una nena.

–Nadie se da cuenta –la tranquilizó Izzie–. ¿Y el cuarto?

–Voy a hacer camisetas –respondí–. Como ésas que venden en el Mercado

de Camden. Las que tienen frases divertidas.

–Y ¿qué van a decir las tuyas? –preguntó TJ.

–Aún no lo sé. Voy a empezar a coleccionar buenas frases durante

las vacaciones.

Justo en ese momento llegó el autobús, de modo que la charla se interrumpió

mientras subíamos. Era fantástico estar viva. Habían terminado

las clases. Brillaba el sol. Había luz hasta las diez de la noche. Al

fin me había decidido a enviar mi tarjeta, y estaba ansiosa por ver la

reacción de Tony.

–¿Qué hay para cenar? –le pregunté a mamá al llegar a casa.

–Hamburguesas de tofu, brócoli y arroz –respondió, levantando la vista

desde la mesada, donde estaba cortando cebollas–. ¿Quieres ayudarme?

Puaj, tofu, pensé, mientras dejaba mi mochila en el vestíbulo y entraba

a la cocina. Ojalá mamá cocinara platos normales alguna vez. Mi papá

tiene una tienda de alimentos naturistas, de modo que siempre comemos

lo que él trae. Sé que es bueno para la salud y que uno es lo que..

¿Quieres ver la continuación?


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Información:
Libro: Canasta de Cuentos Mexicanos
Autor: B. Traven
Editorial: SELECTOR.
Cuento: Corresponsal Extranjero.
Se encuentra en las páginas: 203 - 209




Corresponsal extranjero:

Siempre tuve la gran idea de ser corresponsal extranjero, si se me daba una oportunidad.

Escribí por lo tanto una elegante carta, a cierto diario importante de mi tierra, diciendo mis grandes habilidades, para terminar solicitando la chamba que tanto necesitaba.

El editor era un señor muy ocupado pero muy amable .

Me contestó lo siguiente: “Mándeme reportaje sangriento, bien jugoso al rojo vivo y si posible referente a algún episodio en que el matasiete Pancho Villa tenga el papel principal, pero tiene que ser sensacional, candente, incendiario”.

Era a mediados de 1995, después de la toma de Celaya, cuando yo me encontraba en la ciudad de Torreón.

Una mañana estaba parado en la banqueta muy cerca de la entrada del hotel principal, donde me había hospedado la noche anterior. Salí a ver como estaba el tiempo y a llenarme los pulmones de aire fresco.

Mientras tenía las manos extendidas , con las palmas, una espesa gota roja salpicó mi mano izquierda. Enseguida otra gota igual, roja y gruesa, cayó sobre mi mano derecha.

Miré hacia arriba para ver de donde podría venir esa pintura, pero antes de poder descubrir algo, cayeron, unas cuantas gotas más sobre mis ojos, cegándome temporalmete, unas cuantas gotas más revotaron sobre mi nariz.

Una vez que mire arriba descubrí que había una especie de balcón, eso me convenció de que algún obrero debía de estar pintando, caminé un poco más hacia atrás para observar mejor y gritarle al tal pintor que tuviera más cuidado con su trabajo pues podía fácilmente arruinar los trajes nuevos de las damas que salieran del hotel.

No era pintor alguno que estuviera en el balcón, tampoco era pintura la que caía tan libremente sobre los huéspedes del hotel que entraban y salían. Era algo que yo no esperaba ver tan temprano y en una mañana tan hermosa y apacible.

La barandilla estaba echa de hierro forjado en un estilo fino. Sobre cada uno de los seis picos de dicha barandilla estaba ensartada una cabeza humana, acabada de cortar, el hotel tenía cuatro balcones iguales y en cada balcón había igual seis picos decorados de la misma forma con seis cabezas recién cortadas de humanos.

Horrorizado me precipité a ver al dueño del hotel.

Solamente se encogió de hombros y dijo:

- Eso no es nada nuevo, amigo, si no hubiera nada que ver esta mañana, eso sería una gran novedad. Pero eche una mirada al otro lado de la calle ¿Qué ve? Sí, un restaurante y muy cerca de los ventanales, Pancho y sus jefes están desayunando. Panchito, sabe usted, es de buen diente, pero no se le abre el apetito si no ve este adorno, fíjese en ese coronel de bigotes se llama Rodolfo Fierro, el es quien cuida que el adorno siempre esté listo al momento de sentarse con Panchito a desayunar.

- Pero óigame, noté una cabeza que a mi parecer no es la de un nativo, sino más bien como la de un extranjero, un inglés o algo por el estilo.

- No , no es la cabeza de un extranjero la que vio, es la de un cabrón tal por cual corresponsal de un periódico americano.

Pulí esta historia cuidadosamente, la escribí a máquina en el papel más caro que pude encontrar y la mandé por correo esa misma tarde al editor.

A vuelta de mi correo tenía su respuesta. Se había molestado en escribir unas cuantas líneas personalmente como acostumbran a hacerlo los editores.

“Su reportaje no tiene interés, para nuestros lectores. Le falta jugo, sangre y no es movido, peor todavía Pancho ni siquiera forma parte activa en él. Por mi larga experiencia como editor le sugiero olvidarse de llegar a ser corresponsal extranjero. De usted atentamente, El Editor.”

Seguí honrado el consejo de ese editor tan amable y me olvidé completamente de llegar a ser corresponsal extranjero para un periódico americano y creo que esta es la razón por la cual todavía conservo mi cabeza sobre mis hombros, siendo que Pancho tiempo ha que fue su último descanso sin la suya.

¡ Bienvenidos todos! aquí en la isla de kiki, podrás encontrar gran variedad de información ¡Toda una biblioteca ;)
Espero y les agrade esta página y les sea de ayuda, porque está creada con mucho amor y cariño para todos, trataré de postear seguido, y espero sus COMENTARIOS ya que de eso se alimenta mi página :)
El staff estará subiendo muchas cosas apartir de esta entrada, así que ¡ Prepárate! la diversión esta por comenzar woo! ja ja, okey no ._.
Y esta página no será tan seria como las otras mis chicos, bueno lo intentaré ya que fui dueña de varios sitios y si era muy formal ji ji :$ (Signo de pena)
Bueno espero volver a verlos ¡Adiós!
Atte. La isla de Kiki

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